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Domingo, diez de la mañana más o menos, de caminata sin prisas por el Camí de Cavalls. A la altura de Cala Rafalet me aborda una pareja de turistas que iba en sentido Cala San Esteban. Me preguntan, en inglés of course, si hay tiendas (shops) más adelante, si van bien.

De mediana edad, bien parecida y con bambas ella, a la expectativa y con chanclas él, se asombran del despiste y preguntan de inmediato dónde hay una carretera y un taxi. Dado que es domingo, intentarán llegar a Mahón por si hay algún shop abierto.

Hace cuatro o cinco años, también de mañanita y mientras disfrutaba del concierto de Año Nuevo por auriculares me aborda otra pareja de británicos señalándome en un papel la calle que buscan, «carrer Calamars Tremolosos». Estábamos en Binibèquer Nou, yo iba hacia el camí de Torret y les envié, lo he sentido muchas veces, al otro Binibèquer. Justo después de despacharlos me di de bruces con esa calle, debería haber pensado que estaría entre el «camí de sa Sípia Triste», que acababa de pasar y el «camí de s’Oblada Blava», que venía después. Pura lógica, fui incapaz de interrumpir la concentración en los valses y polkas que preceden la Marcha Radetzky.

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Luego he tenido mucho tiempo para pensar y analizar por qué se despista la gente. A todos nos ha pasado alguna vez, sobre todo cuando andamos por tierras que nos hemos pisado antes. Hay causas subjetivas, sin duda.

Pero también han razones objetivas. El turismo iba bien, ya no tanto, y hemos descuidado la señalización. Hace diez años, por ejemplo, se diseñaron varias rutas cicloturistas por todas la Isla y hoy menudean los indicadores de madera rotos o desaprecidos y las señales verticales que se ha comido la maleza.

Esto no habría salvado a mis queridos guiris, pero nos toca o debería alertarnos sobre nuestro nivel de destino.