Desde el mismo instante en que aparecieron sobre la faz de la tierra los primeros seres humanos no ocultaron sus intenciones, más bien todo lo contrario, pronto pregonaron que no habían venido a este mundo para soportarse mutuamente.
Hasta donde la memoria me alcanza, recuerdo que Caín y Abel ya la liaron parda, al extremo que Caín agarró una quijada de un asno y se lio a porrazo limpio contra quién además de ser su hermano, era también casi la mitad de la población mundial, o sea, que en la industria de llevarnos como el perro y el gato, no hemos escatimado esfuerzos ni hemos parado de entrenarnos, lo que sí que hemos modificado un poco, ha sido lo de liarnos con una quijada de asno por más que no hemos dejado de comportarnos peor que burros. Fíjense que pedazo quijada de asno fue la que unos burros soltaron sobre Hiroshima y Nagasaki, obedeciendo una orden dada por el presidente Truman, entre el 6 y el 9 de agosto de 1945. Cogiendo como base aquel desastre, no es aventurado afirmar que cualquier burrada puede ser perpetrada por el ser humano, sobre todo, cuando se le da una espada a un loco con poder. No hay más que darle un repaso a la historia para sentirnos avergonzados de lo que los seres humanos somos capaces de hacerle a otros seres humanos.
En algo que no tendría por qué ser así, resulta también que el noble oficio de la política ha ocasionado innumerables dramas a la especie humana y estoy hablando de decisiones políticas. George Bernard Shaw, aseguraba refiriéndose al poder político «que no es cierto que el poder corrompa, porque lo que realmente pasa, es que hay políticos que corrompen el poder». No seré yo quien contradiga al ilustre dramaturgo irlandés.
Parece una paradoja que casi para ejercer cualquier trabajo haga falta unos estudios, sin embargo podemos presentarnos a unas elecciones sin saber hacer una o con un canuto. Viene a ser como aquellos escritores que tienen más libros escritos que los que han leído.
No crean que he logrado entender nunca bien del todo, como se puede negar o conceder una ayuda a los ganaderos que tienen que rentabilizar una explotación (lloc) gracias a sus vacas, si quien tiene en sus manos esa posibilidad lo mismo ni sabe por dónde se ordeña una vaca. He puesto ese ejemplo como podría haber puesto el ejemplo (éste sí es cierto) de aquella señora ministra de Cultura, que por no saber no sabía quién era Saramago, confundiendo Sara con su nombre y Mago con su apellido, en vez de pronunciar el nombre correcto del ilustre escritor portugués conocido por Saramago, y sin embargo la señora era toda una ministra de Cultura.
En la complejidad de este mundo, ya sé que no es fácil la empatía con una sociedad plural cada uno de su padre y de su madre, conectar además con ideas políticas completamente diferentes, cuando no de ordinario enfrentadas, y más difícil todavía, poner de acuerdo y en armonía a quiénes ganaron una guerra con quiénes la perdieron, que no todo lo malo fue perder la guerra, quizá lo peor estaba por venir en manos de quiénes usaron luego su victoria como instrumento para atroces venganzas que suponían muchos y largos años de cárcel, aderezados con repugnantes torturas, cuando no la cuneta, los tiros imperdonables y la afrenta de la fosa común abandonada.
El devenir de la historia humana en algunas sociedades ha sido de una complejidad increíble, incluso ahora mismo nos cuesta muy poco rebozarnos en la envidia, en el rencor, en el odio y la mala leche.