Fue la escritora británica Evelyn Beatrice Hall quien acuñó esta frase -la escribió en 1906 en «Los amigos de Voltaire», aunque pasó a la historia como si perteneciese al filósofo-: «Estoy en desacuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo».
La libertad de expresión vuelve a estar amenazada en este país de triste figura, y la defensa de Hall es otra vez necesaria: raperos condenados a prisión por las letras de sus canciones; tuiteros en el banquillo por chistes o comentarios; actores, titiriteros y dramaturgos enjuiciados, comunicadores y hasta viejas glorias que llevan décadas clamando contra el sistema en sus conciertos y que en 2018 son denunciados también al amparo de la distópica ley mordaza del Partido Popular que tanto recuerda (con el mismo escalofrío) a la novela 1984 de George Orwell.
El protagonista de la novela publicada en 1949, Winston Smith, trabaja en el Ministerio de la Verdad y su cometido es «reescribir la historia» en una sociedad en la que -¿nos suena?- se manipula la información y se practica la vigilancia masiva (es aquí donde aparece el Gran Hermano) y la represión política y social. El mundo de Orwell resulta familiar en esta era que algunos llaman la de la posverdad; el Estado, a través de sus tentáculos, decide cuáles son los hechos: lo que es falso y lo que es verdadero. Y así, mientras estos ataques a la libertad de expresión se van sucediendo en España, es cómo hemos conocido la sentencia sobre el caso Gürtel de la Audiencia Nacional que implica como beneficiario al Partido Popular en la trama de corrupción política más fangosa de la democracia y que considera que el testimonio de Mariano Rajoy -¡actual presidente del Gobierno!-, no es «suficientemente verosímil». Y nadie dimite; mucho menos, «M. Rajoy».
Descubro, mientras escribo esto en el silencio de mi casa, que «1984» tuvo a España como una de las fuentes de inspiración. Orwell escribió en «Mi guerra civil española», tras su participación en la contienda: «Ya de joven me había fijado en que ningún periódico cuenta nunca con fidelidad cómo suceden las cosas, pero en España vi por primera vez noticias de prensa que no tenían ninguna relación con los hechos, ni siquiera la relación que se presupone en una mentira corriente». En definitiva, un país de pioneros, y las cosas no han cambiado tanto: la libertad de prensa sigue afectada y dan ganas de vestirse de luto, y no solo los viernes, como están haciendo los trabajadores de RTVE para reclamar «una radio y televisión pública imparcial» y para protestar por el bloqueo también del Partido Popular a la renovación de la cúpula de RTVE.
Y algunos dirán, bueno, sí, libertad de expresión: ¿pero es que no hay límites? Y la respuesta es sí; de ellos se ha ocupado en Twitter estos días la Plataforma por la Libertad de Información que ha creado una «Guía de emergencia», basándose en el Derecho Internacional y los acuerdos sobre Derechos Humanos a los que España también está sujeta. Aclaran, por ejemplo, que «organismos como la ONU y la OSCE, así como la jurisprudencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos, han establecido cómo deben fijarse los límites a la libertad de expresión: de manera restrictiva (con la menor intervención posible) y proporcional, y siempre vinculados a la intencionalidad de los mensajes y al riesgo que puedan suponer para las personas». Y recuerdan también que «el Tribunal de Derechos Humanos tiene una jurisprudencia muy clara y sólida, en virtud de la cual los ordenamientos no pueden otorgar una protección especial y cualificada a sus cargos e instituciones más importantes (incluida la Corona), sino más bien al contrario, permitir un mayor grado de crítica e incluso ataque por tratarse de instituciones públicas que deben encontrarse sujetas al cuestionamiento y escrutinio ciudadano en el marco de una democracia».
Hay, por cierto, muchos opinadores compulsivos y tertulianos víricos de tan virales que conocen bien este derecho fundamental y que repiten sus barbaridades en los medios afines al Partido Único, aunque el Ministerio de la Verdad no parece tener tanto interés en estos casos... ¡Ay! Me estoy liando con el argumento de la novela de Orwell, ustedes disculparán, solo pretendía defender el derecho de todos a informar, a opinar y a crear, por mucho que nos resulte de mal gusto o estemos en desacuerdo (como dijo Hall, que no Voltaire). De todos modos, yo ya me iba, está sonando con insistencia el timbre de la puerta y me empiezo a imaginar al otro lado -qué imaginación tan absurda- a la Policía del Pensamiento.
@anaharo0