Por sus obras los conoceréis, dice la Biblia (Mt 7,15-20). «Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces». Se ve que lo de engañar no es nada nuevo. Vivimos en el mundo de comienzos del siglo XXI, donde la palabrería, la posverdad, los tuits, los mensajes a través de las redes sociales, la manipulación de la información y la propaganda lo ocupan casi todo. Y claro, así es fácil extraviarse y que, una de dos: o te coman el coco o te tomen el pelo.
Los falsos profetas prometen lo que no pueden. Dicen lo que no hacen. Fardan de lo que carecen. Se dirigen a mentes ingenuas u ociosas, predispuestas a tragarse, sin pensar, mensajes, eslóganes, consignas. El insulto fácil, la ocurrencia graciosa, el meme cáustico para no dejar títere con cabeza, el linchamiento cobarde. No pienses ni discrepes. No dejes el rebaño. Criticar es más sencillo que inventar. El ejército del odio combate hoy desde miles de ordenadores. Agazapado en la sombra del anonimato. Solo dos colores: blanco y negro.
No somos tontos. Ni nos lo creemos todo. La rabia no nos ciega. Por sus obras, no por sus palabras, los vamos conociendo. Y los conoceremos todavía más hasta tenerlos calados. Dime qué aportas, qué propones, qué has hecho para mejorar o ayudar… y te daré mi voto de confianza. Hechos. Buenas obras. Soluciones. No discursitos, ni vomitonas, ni arengas para militantes incautos.