Hay una fauna simpática que, diariamente, se toma su cafetito en el bar y lee el periódico. Y, como en toda fauna que se precie, existen variopintos ejemplares. Ya hablaste, un día, de ellos. Pero se multiplican, y mutan. Son fácilmente identificables a tenor de cómo usan el diario. A saber:
I- El sádico. Es el toca kinders que ya ha acabado –supongamos- con el MENORCA y está a punto de dejarlo sobre la barra. Ese que, sin embargo, al comprobar como otro cliente lo está esperando con ansiedad, pone cara de criminal y comienza a releerlo nueva y lentamente, complaciéndose en la impaciencia del otro. Ser odioso que, por ende, jamás falta en las mañanas recién apuntaladas.
II- El filósofo. Básicamente, un cenizo. Mientras saboreas tu cafetito, el filósofo se obstina en comentarte las esquelas y soltarte toda una serie de profundísimas reflexiones sobre la fugacidad de la vida, la insignificancia de vuestras existencias, etcétera, etcétera… Ese plasta acaba, invariablemente, con un «no somos nadie». En esa tesitura lo único que anhelas es que mañana sea él quien protagonice una necrológica.
III- El lector. Sí, seguro que lo ha sufrido usted en más de una ocasión. Es ese que, mientras tú te tomas la tostadita, te lee y comenta en voz alta las noticias, privándote del placer de poderlo hacer tú por cuenta propia. Realiza, en definitiva, como una especie de spoiler o como se llame/escriba eso… Vamos: un avance, un resumen… ¡Será gilipuertas el tío!
IV- El mirón. También denominado el impaciente. El mirón se te sube a la chepa e intenta leer el periódico por encima de tus hombros. Y, tú, nervioso, te sientes como cohibido, vigilado… Derramas el café, confundes el servilletero con el croissant y el zumo de naranja con el inhalador. Hasta que, ya harto, te enfrentas a él, le insultas y le dejas, con artes no muy corteses, el susodicho periódico incrustado en el sobaco. *Ç
V- El graciosillo. Dícese del que ha manipulado el diario para cachondearse de ti. Se ha quedado con la portada y ha insertado luego en su interior las páginas de «Es Diari» del día anterior. Así, ¡natural!, cuando tú lo lees, el contenido te suena a conocido y, acojonado, crees estar viviendo un fenómeno paranormal. Las risitas de la clientela lo delatan. Irritado, avergonzado, coges el servilletero –que no el croissant- y se lo metes por la oreja a modo de escarmiento.
VI- El pijo. El pijo, cuando lee un reportaje sobre un viaje, decide contarte el suyo, como si a ti eso te importara. Pero el suyo, el viaje, ha sido, ¡of course!, superior… También es mejor su coche que el del anuncio; su esposa que la modelo que posa casi despelotada en la contraportada y hasta el perro, comparado con el que aparece en la guía sanitaria (sección veterinarios). O sea…
VII- El jubilado. Es de los peores. Sigue ahí. Consciente de que tiene todo el tiempo del mundo, el chaval va, agarra el diario, un boli, se sienta y comienza a rellenar el sudoku, ante las airadas miradas del personal. Las mismas que anidan en esos que aguardan, con la vejiga alocada, a que alguien estreñido salga del lavabo. El jubilado, además, es ese que te habla de los que se han ido y de lo injusta que ha sido la vida para con Ramoncito, que la ha espichado en plena juventud, a la temprana edad de 94 años.
VIII- El moroso. El gran deudor. No lee el diario. Se oculta simplemente tras él cuando penetra en el bar algún acreedor.
IX- El pícaro. El que abre el periódico por los anuncios clasificados. ¡Ya saben! Y si le pillan, manifiesta siempre, y en su defensa, que está buscando una masajista porque tiene no sé qué problema en la clavícula, cuando, en puridad, el problema reside en otra parte de su organismo.
En fin: «De todo hay en la viña del Señor». Y ya que te has puesto en plan refranero, optas por cerrar el artículo con otra muestra (manipulada) de esa inagotable fuente de sabiduría popular: «Dime cómo lees el periódico en el bar y te diré quién eres». Pues eso.