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Continúa enhiesta e imponente la antigua residencia sanitaria de Maó en lo que a su arquitectura externa se refiere. Su perfil, la fachada delantera que da a la calle Barcelona y la trasera que corona el puerto de Maó desde cualquier posición, se mantienen como vestigio del que fuera uno de los puntos de concentración más importantes de la Isla durante décadas, ahora convertido en una enorme china en el zapato de los diferentes gobiernos que han desfilado por los órganos de decisión desde que cerrara sus puertas hace diez años.

Posición estratégica en la ciudad, regalo visual por las perspectivas que ofrece a la bahía, habría sido una seductora inversión para la empresa privada vista la inoperancia de la gestión pública.

Pero transcurrido ese decenio, la antigua Residencia Virgen de Monte Toro solo conserva esa estampa vertical y característica desde fuera mientras dentro su degradación la han convertido en comidilla de supuestos fantasmas, nido de ratas y espacio para 'okupas'.

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La última acción institucional, según declaró la presidenta del Govern en el último debate del Parlament esta semana es que su departamento de arquitectura «está trabajando para conocer el estado de la edificación y poder calcular las inversiones y posibilidades para revertir su estado», que es «ruinoso y genera complicaciones».

Ajustada descripción sino fuera porque ya es suficientemente conocida por todos debido al desamparo al que han sometido al edificio desde su clausura.

Un abandono que no ha sufrido el antiguo Hospital de Son Dureta.

Ese es el argumento para evitar la inevitable comparación con el antiguo Hospital de Palma, al que el Govern va a destinar en 2017 119 millones de euros para su rehabilitación. Si esa cantidad proporcional se hubiera invertido en la Residencia durante los primeros años tras su cierre se habría evitado, seguro, el actual deterioro que hipoteca cualquier intervención sobre ella.