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Hace unos meses la prensa publicó la historia de José Ángel, un vigués de 51 años que había muerto entre basuras en la casa heredada de sus padres. Llevaba unos años aquejado del síndrome de Diógenes por lo que aprovechaba cualquier paseo por Alcabre (Vigo) para recoger aquellas cosas que sus vecinos habían apartado de sus vidas para depositar en el olvido de la basura. La casa familiar se había convertido en un cementerio improvisado de maletas rotas, marcos desgastados, ruedas, alambradas, restos de sillas. Falto de amistades, esquivo y de escasas palabras, pasaba por ser un tipo raro al que poco le importaban los cuchicheos.

Soñaba con perderse en una isla del Pacífico pero los trabajos que había tenido antes de quedarse huérfano apenas le servían para subsistir. Nadie podía pensar que aquel vecino de Alcabre había construido una apasionante vida en el mundo virtual de Facebook. Llegó a tener 3.544 seguidores. En este mundo virtual, conoció a Dori, una canaria sociable y optimista con la que llegó a sincerarse. Le habló de su vida. Le llegó a expresar todo aquello que guardaba con celo en el interior de su alma. A diferencia del mundo real, Dori encontró a un hombre bromista, con buen sentido del humor y con ganas de soñar una vida mejor. «Hace ya tanto tiempo que no abrazo a alguien que ya no sé cómo se hace», le llegó a decir. Posiblemente, José Ángel no se lo imaginaba pero aquella mañana de Viernes Santo remitió el último mensaje a su confidente canaria. Al ver que no recibía respuesta, le envió un WhatsApp diciéndole que ya la llamaría. Cuando Dori recibió aquel mensaje, su misterioso interlocutor había fallecido rodeado de basuras. Empezó a preocuparse y colgó un aviso en Facebook dirigido a todos los conocidos del gallego. Nadie de los 3.544 seguidores respondió, posiblemente, porque ninguno de ellos había llegado a conocer a José Ángel. Desesperada por la situación y temiendo las peores noticias, la canaria llamó a la parroquia del pueblo. Por lo visto, algún vecino se percató de la ausencia del huraño vecino y dio aviso a los bomberos. José Ángel nunca viajó a Tenerife para conocer a su Dori. Su única compañía fueron dos mujeres vestidas de negro que fueron a despedirlo a una tumba sin nombre.

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Las redes sociales han abierto un nuevo abanico de posibilidades de comunicación. Hasta hace pocos años, conocer nuevos amigos o buscar pareja exigía interactuar en tiempo real con personas del entorno. Se requería una cierta habilidad social, paciencia, ciertas dosis de prudencia y algo de sentido del humor. Había que relacionarse de manera constante con un entorno físico cuyas dimensiones eran, en cierta medida, limitadas. Normalmente, nos relacionábamos con las personas que conocíamos en la escuela, en el trabajo o con la familia. Las actividades de ocio constituían un buen momento para ampliar nuestro círculo de comunicación. La irrupción de las redes sociales ha borrado estos límites tras crear un mundo virtual en el que millones de personas comparten (o desaprueban) nuestros gustos, objetivos o preferencias. Gracias a estas nuevas tecnologías, muchas personas han conseguido vencer la sensación de estar solos. Según un estudio realizado por la Fundación Axa y la Fundación Once, alrededor de un 20 por ciento de los españoles viven solos, de los cuales un 40 por ciento son jubilados o pensionistas. De las personas que viven solas, un 59% por ciento lo hacía por voluntad propia y un 41 por ciento por obligación. En torno a un 20 por ciento de la muestra encuestada consideraba que la soledad estaba asociada a la carencia de afecto, tristeza, depresión y aislamiento. El estudio concluyó que las personas que vivían la soledad por obligación se sentían menos satisfechas en general con cualquier aspecto de su vida.

Gracias a Facebook, José Ángel pudo construir un mundo virtual a su medida en el que podía expresarse sin la censura de sus semejantes. Aunque su casa estuviera repleta de basura, tenía un ordenador que le transportaba casi hasta los brazos de su querida Dori. Es cierto que ninguno de sus 3.544 seguidores le ayudó a vivir un poco mejor la triste existencia que llevaba en Alcabre. Sin embargo, al menos sintió durante unos meses un poco más cerca ese calor que caracteriza las relaciones basadas en el amor. Ya lo decía Orson Welles: «Estamos solos, vivimos solos y morimos solos. Solo a través del amor y la amistad podemos hacernos la ilusión, por un momento, de que no estamos solos».