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Hay reivindicaciones sociales que se debilitan o se aletargan cuando se produce un cambio de gobierno. Puede ser por el compás de espera de cortesía o por desconexión ideológica (a veces «contra» un partido se vive mejor). Pero de esa pacificación no se puede deducir que una problemática se ha resuelto.

Es lo que sucede ahora con el transporte aéreo. Ofega tanto o más que antes, pero hay poco ambiente reivindicativo. Solo en el Parlament se llevan a aprobación propuestas para «pedir», «reclamar», a Madrid que se reduzcan las tarifas si baja el IPC o que el descuento de residente se aplique también sobre las tasas, que a veces superan el importe inicial del billete, como denunció «Es Diari» en una información reciente.

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En la calle y en los medios la protesta social ha bajado el volumen por el cansancio de los «movilizadores». En el Consell nadie lidera la mejora del transporte aéreo. Uno de los grandes objetivos de todos los programas electorales, pero con muy poca iniciativa real desde las instituciones, más allá de las declaraciones típicas sobre que nuestros trenes son los aviones y nuestras autopistas están en las nubes.

El argumento de que se está a la espera de que se constituya el nuevo gobierno suena a excusa. Nadie esperará a ver si Pedro o Mariano son presidentes para comprar un billete si necesita viajar.

Las compañías aéreas se las saben todas. Ese es su trabajo, conseguir mejorar la rentabilidad de su negocio. Pero ¿quién está negociando al otro lado de la mesa? Aunque no haya Gobierno funcionando, hay una comisión mixta del transporte aéreo en Aviación Civil. Allí es donde los últimos gobiernos del Consell, con Damià Borràs y Luis Alejandre, han peleado para conseguir mejoras. Ahora nadie informa de si se convoca esa comisión. No sabemos si seguimos librando batallas. A ver si, como creía Deudero, al final resultará que no había guerra y que todo es fruto de la imaginación de los primitivos talayóticos.