Están sucediendo cosas importantes y es preciso que afinemos la mirada. Es preciso, porque la actualidad que nos inyectan/nos inyectamos tiene un sabor sesgado: una elección de lo que ocurre es siempre parcial y los medios de comunicación cada día han de decidir lo que cuentan y lo que no (lo que es noticia y lo que no lo es y cuánto espacio o relevancia darle); dar un enfoque u otro; optar por una imagen que acompañe; recortar para el informativo unos minutos de una intervención y descartar todos los otros y así hasta el infinito: pura selección. Para ello nos formamos los periodistas, para hacer esa clasificación y anteponer lo relevante para los ciudadanos y que puedan ellos, así, ejercer su derecho a estar informados. Esa es la teoría pero vivimos en medio del ruido y el mayor esfuerzo lo ha de hacer, precisamente, el ciudadano: ir a las noticias con la mente abierta y no solo por las vías más afines, buscar también opiniones contrarias, relacionar y pensar (ése ya es otro tema).
Llevo unos días yo misma tratando de pensar sobre los hechos que han trascendido de la sesión constitutiva del Congreso de los Diputados del pasado martes, con la llegada de 'Los bárbaros', como llamaba el escritor Alessandro Baricco a las relucientes generaciones que habitan el globo en ese libro subtitulado «Ensayo sobre la mutación». Y me parece que lo que ocurre, lo importante, va mucho más allá de los gestos concretos de la nueva política, esa que ha conseguido entrar en la apodada «casa de todos»: el cambio es más profundo. Nos seguimos quedado, sin embargo, en las anécdotas: llevamos décadas alimentándonos de ellas, como si la política fuese un mero manda huevos, un que te calles, coño, una partidita de Candy Crash en el hemiciclo (sin piojos, please) o una relaxing cup of café con leche. Y ahora, el bebé de la diputada de Podemos Carolina Bescansa (no es la primera mujer, ni será la última: los mamíferos, es lo que tenemos). Lo importante, me parece, es que se abra un debate sobre una de esas realidades silenciadas de este país de triste figura, y ojalá que de este gesto se empiece de una vez a trabajar en serio para que la conciliación laboral y familiar deje de ser un concepto hueco (y casi exclusivamente femenino) y para que la maternidad/paternidad sea viable para esta generación mía, perdida y condenada: las mujeres lucharon un día para poder decidir ser o no madres (y cuidadoras, porque no solo siguen, casi siempre, a su cargo los niños, también están los mayores y las personas con algún grado de dependencia) y ahora parece que la imposición del sistema (y de sus medidas) es que las mujeres nos veamos obligadas a no reproducirnos (o a esperar/apurar hasta el último óvulo) si no queremos perder empleos o renunciar a nuestras carreras profesionales en igualdad de oportunidades con los varones. Ojalá, pues, que de éste y de otros gestos se empiece a ubicar donde corresponde, social y laboralmente, a una maternidad/paternidad alabada en la intimidad (y en los anuncios) pero molesta en el espacio común. Y claro que el Congreso de los Diputados es el mejor lugar para visibilizar asuntos del día a día, no se me ocurre otro mejor (no así los quirófanos, los entrenamientos militares y otros ámbitos profesionales que ruedan como críticas por las redes sociales). También creo que, en el caso de Bescansa, más que una reivindicación, lo suyo fue/es un acto de coherencia con su forma de criar y actuar en lo privado y en lo público (las nuevas fronteras de los bárbaros), tan respetable como cualquier otra y tan incomprensible para la casta acomodada: caras de estupor (perfectas para moscas despistadas) que no conciben la vida cotidiana más allá de las cuatro paredes de las viviendas alfombradas.
Hubo más gestos: Juan López Uralde, diputado de Equo (integrado en Podemos), llegó al Congreso en bicicleta y Pablo Iglesias usó el lenguaje de signos al prometer el cargo, aunque se habló más del bebé de Bescansa y luego de las rastas, de los abrigos fuera del perchero y de otros rasgos distintivos (y diarios) de estos bárbaros que vienen del activismo, de la calle, de pagar sus cuotas de autónomos o de solicitar becas de estudios, en definitiva, de los que no han sido cachorros de partidos anquilosados. Pluralidad y debate es lo que sí parece que va a haber esta legislatura (si arranca) y eso ya se va a ir pareciendo más a una casa (a un país), sin ese tufo exclusivo a élite plagada de corrupción (eso sí que es un circo) que no representa más que a una minoría. Eso es lo importante, el fin del bipartidismo rancio, aséptico y sin contacto con la gente. El cambio es inevitable y las bárbaras también han llegado para transformar -confío- los gestos en políticas: que sean los símbolos punto de partida para cambiar la realidad.
@anaharo0