Cierro los ojos y de pronto me encuentro en el país de todo al revés. Todos mis valores quedan trastocados. Lo primero que me sorprende es que los hombres –y las mujeres también— andan con las manos y hacen las cosas con los pies. En seguida me acuerdo de los futbolistas. Vengo de un tiempo en que un futbolista era poco menos que un dios. Sus opiniones eran escuchadas durante horas en la radio y la televisión, y los partidos de fútbol eran motivo de muchas crónicas y entrevistas en los periódicos.
Muerto de risa, enciendo el televisor y compruebo que no se retransmiten partidos, sino películas de las que mis alumnos solían decir que eran un tostón. Busco un programa de entrevistas y me asombro de que no aparezcan charlatanes, sino escritores y científicos, cuanto más sesudos mejor. A la hora del telediario la cultura es lo primero, el bienestar social lo segundo, la política tiene un reducido espacio después del tiempo y los deportes vienen después. Aparece un futbolista famoso en un cafetucho del tres al cuarto, parapetado detrás de una taza de café solo, con una tímida sonrisa, como si se disculpara por dedicarse a esa clase de entretenimiento. Luego resulta que además de dar patadas a un balón ha leído a James Joyce y se sabe al dedillo párrafos enteros de los clásicos. Salgo a la calle y las mujeres visten con descuido, se ve a la legua que no se tiñen el pelo ni se maquillan, mientras que los hombres lucen muslos, llevan camisetas escotadas, se pintan las cejas y tienen espejitos en el bolso para repasarse la sombra de ojos. Las aceras se ven cuidadas, el asfalto limpio como una patena, los jardines atildados y las casas todas nuevecitas y si acaso están en venta compruebo que los precios son tan bajos que casi podría comprarlas en efectivo. Los perros pasean a sus amos prendidos con cadenas y collares y veo un jinete que acarrea sobre sus hombros un caballo rechoncho que debe de pesar lo suyo.
Es el mundo al revés, ciertamente, y en seguida se me ocurre lo mal que hemos estado haciendo las cosas para que todo acabe tan caricaturescamente tergiversado. Si los animales maltratan a los hombres, si los valores de la cultura privan sobre el materialismo, si la especulación ha caído por los suelos, si las mujeres explotan a los hombres, si los gobiernos han caído en descrédito, si los ayuntamientos cuidan al detalle las ciudades, ¿no será que nosotros lo hacíamos al revés y hemos provocado esta revolución de las cosas al derecho?