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La risa es maravillosa. Aunque no haya estudios serios que lo corroboren yo estoy convencido de que reír alarga la vida y si no lo hace seguro que al menos la convierte en algo mejor. Pocas sensaciones son mejores que las de partirse con algo, ni que sea un vídeo tonto de internet, el chiste más malo que hayas escuchado o la anécdota más inverosímil con la que te hayas topado.

Además, una carcajada a tiempo creo que libera tensiones y eso lo agradece, sobre todo, el prójimo, porque el día a día está cada vez más complicado y el mosqueo lo acabamos volcando en alguien que no lo merece.

Otra cosa no pero a los españoles, con Catalunya o sin ella, se nos da requetebién despilfarrar carcajadas. Nos reímos de todo o de casi todo y además según quién tiene salero incluso para hacer reír, una profesión que no se valora como se merece. Otros lo consiguen inconscientemente o, directamente, sin que esa fuese su intención. Lo cierto es que no nos suele faltar una buena dosis de sonrisas a diario que nos ayudan a combatir un mundo gris y feo, así como plantar cara a los inconvenientes.

Si hay un humor que falla pocas veces ese es el de los tópicos. De los catalanes, por ejemplo, siempre se ha dicho que son tacaños, pero aun así a la mayoría nos hace gracia cuando alguien se burla de ello. Lo mismo con los vascos y su cabezonería, los andaluces y su habilidad para escaquearse del trabajo o incluso de los menorquines, una versión de entrada pausada de lo que es el español al uso. Xino xano, deim.

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Creo que la capacidad de burlarse de uno mismo o al menos de aceptar las bromas que se puedan hacer al respecto nos define mucho como seres humanos siempre que no se cruce la línea –más delgada para unos que para otros- que separa la gracia de la falta de respeto.

Yo mismo, por citar algo, con mis casi ciento noventa centímetros y mi 47 de pie tuve asumido muy pronto que jamás podría ser bailarín de ballet, que la discreción es algo utópico para alguien de andar torpe y que tiene un tímpano medio estropeado. No tardé en darme cuenta de que tampoco podría ser espía.

Mientras crecía y pensaba en qué quería ser de mayor también tuve que descartar lo de ser deportista de élite porque mi habilidad con el balón quedaba muy por debajo de la capacidad que tenía a la hora de comerme una pizza de tamaño familiar yo solo. Lo de astronauta lo dejé correr por pereza. Lo cierto es que en algún momento iba para estrella del pop multimillonaria y lo hubiese logrado de no ser por el detalle sin importancia de que cantar se me ha dado fatal siempre.

No sé si habré logrado arrancarte una sonrisa con mis tonterías pero me encantaría que tu reto para este fin de semana fuera hacer reír a tres personas. No solamente porque tú te sientas bien, amigo lector, sino porque quizás los de tu alrededor lo necesitan.

dgelabertpetrus@gmail.com