Entre unos festivales y otros descubro que vuelve la poesía a Menorca (si es que alguna vez la abandonó): vuelve el recital Illanvers y vuelve a contar con el apoyo del Consell Insular. Buenas noticias. Parece que vuelve también (o quiere volver) una forma de hacer política diferente y hay en esta Isla unas cuantas citas que no se deben dejar morir así como así, por mucho que lo hayan intentado antes con barbitúricos: en 2014 no se celebró este encuentro por el que habían pasado una treintena de autores en el transcurso de los diez años que ahora celebra. «La cultura es un privilegio», decían aquí, hace un par de años, algunos gobernantes del Partido Popular, en esta Menorca, durante esos mismos años, desangelada y sin proyectos que rozaran el intento artístico fuera de los moldes que se consideraban apropiados: ignorantes ellos, entonces, afanados en sus negocios, de que un pueblo sin cultura es lo mismo que un cadáver y que la vida rebrota de la lengua de ese muerto (que habla, además, el lenguaje de la poesía).
Illanvers, organizado por los poetas Pere Gomila y Sergi Cleofé, celebra este décimo aniversario en forma de antología (y fin de fiesta, parece, o al menos de este formato como tal) y contará con una veintena de poetas el domingo 9 de agosto, a partir de las 22 horas, en el Bastió des Governador de Ciutadella, en una mezcla de disciplinas que de nuevo maridará los versos autóctonos con música e imagen (pintura y fotografía, avisan los coordinadores).
Este descubrimiento me pilla en medio de la elaboración de una lista. Tengo cierta obsesión por elaborar listas. Listas de la compra, lista de películas que quiero ver, listas de tareas urgentes, listas diarias con horas exactas, semanales, mensuales: he renunciado hace tiempo a a las anuales (no se puede llegar tan lejos). Ésta que confecciono ahora es, casi como las otras, del todo imposible (imposible elegir los títulos, imposible no seguir añadiendo cada día decenas de ellos a mi lista particular y pendiente) y es que se trata de una lista de recomendaciones literarias, lanzadas a las ondas (palabras volátiles), en el espacio de lecturas veraniegas que cada día abre Luis Soler en la Cadena SER. En esa lista imposible que trato de elaborar aparecen también poemas y poetas y algunos son menorquines, claro, porque ayudan a las forasteras como yo a escuchar el sonido de la isla, porque la cultura es paisaje, gastronomía, arte y también lengua (señorías) y la poesía me parece el gran atajo para adentrarse en un lugar: es como poner la oreja al otro lado de la pared y escuchar una conversación secreta, en este caso, la que la gente que habita esta Isla mantiene con su entorno.
Se han colado ya el delicado claroscuro de «Dibuix de l'ombra», de Francesc Florit Nin (Neopàtria), o esa guía de viaje poética por Menorca que son las «Geografies del vent», de Pere Gomila (Arrela). También los cuadros con letra pequeña al pie (cargados de referencias que van a parar a mis listas) que esconde «Entre dues espases» (Eumo), de la tan pensada estos días Margarita Ballester. La poeta catalana tomó el título de un verso de Gumersind Gomila que habla de tener el corazón dividido entre norte y sur, vida y escritura, realidad y deseo y otras tantas dualidades/ríos que van a desembocar en la poesía. En mi lista imposible se han colado otras tierras, como el poemario póstumo y tajante, «Hasta aquí», de la poeta polaca Wislawa Szymborska (1923-2012), traducida en este caso por Abel Murcia y Gerardo Beltrán y editada por Bartleby. Szymborska (en la imagen) dejó allí sus trece últimos poemas, los que escribió de su puño y letra sabiéndose ya al límite del tiempo y mucho antes, en su discurso de recepción del Premio Nobel en 1996, ya dejó claro que los poetas tienen que estar, por mucho que se empeñen otros (común de los mortales) en desbancarlos desde pedestales de humo. Ellos pasan, la poesía permanece: «Nos causa asombro lo que sobresale de la norma conocida y comúnmente aceptada, de una obviedad a la cual estamos acostumbrados. Pues bien, un mundo así, obvio, no existe. Nuestro asombro es autónomo y no procede de ninguna comparación de ningún tipo. De acuerdo, en el habla cotidiana, la cual no recapacita sobre cada palabra, usamos expresiones como la vida común, los acontecimientos comunes... Sin embargo, en la lengua de la poesía, donde se pesa cada palabra, ya nada es común. Ninguna piedra y ninguna nube sobre esa piedra. Ningún día y ninguna noche que le suceda. Y sobre todo, ninguna existencia particular en este mundo. Todo indica que los poetas tendrán siempre mucho trabajo». Lo dicho, larga vida a los poetas.
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