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El día 4 de julio de 1994 el matrimonio formado por Lisa y Jack Nash tuvo una hija a la que llamaron Molly. Tras realizar numerosas pruebas, los doctores confirmaron que la niña padecía Anemia de Fanconi, una rara enfermedad hereditaria que reduce la producción de hematíes, leucocitos y plaquetas lo que provoca anemia, desprotege el organismo contra las infecciones y facilita el desarrollo de hemorragias. Su esperanza de vida no superaba los 30 años. El mejor tratamiento para esta enfermedad es un transplante de médula ósea de un donante compatible. En vista de la situación, y ante la ausencia de un donante idóneo, el matrimonio Nash sopesó la idea de concebir otro hijo de forma natural para donar a Molly la sangre del cordón umbilical. Sin embargo, este procedimiento tenía dos inconvenientes: 1) existía la posibilidad de que el nuevo hijo tuviera la misma enfermedad hereditaria que su hermana; y 2) la probabilidad de que los padres tuvieran un hijo compatible con el sistema inmunitario de Molly era solo de un 25%. ¿Había alguna solución? Dos años más tarde, el matrimonio acudió a la reunión anual que celebran en Casco (Maine) las familias de afectados por Anemia de Fanconi. Uno de los invitados al evento era el doctor John Wagner, un reputado hematólogo especializado en transplantes de sangre de cordón umbilical. El doctor les explicó que la ciencia estaba desarrollando procedimientos que iba a permitir una selección de embriones concebidos in vitro para conseguir el nacimiento de un bebé compatible con un hermano. Después de reflexionar sobre las implicaciones éticas, el matrimonio Nash inició el tratamiento. En primer lugar, se sometieron a un proceso de fecundación in vitro para generar el mayor número posible de embriones. Y, en segundo lugar, los médicos examinaron la constitución genética del embrión para comprobar que no tenía la misma enfermedad que Molly y era compatible con su sistema inmunitario. Tras implantarle el único embrión que reunía tales características, Lisa recibió la noticia de que estaba embarazada. Finalmente, el día 29 de agosto de 2000 nació Adam Nash, el primer bebé del mundo seleccionado genéticamente para curar a un hermano enfermo. Apenas dos meses más tarde, el doctor Wagner transfundió a Molly la sangre del cordón umbilical de su hermano. El transplante fue un éxito. Tres años más tarde, los análisis mostraban que la salud de Molly había mejorado considerablemente, aumentando su esperanza y calidad de vida.

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El nacimiento del primer bebé medicamento hace más de catorce años provocó un espectacular revuelo mediático. Los medios de comunicación alteraron de los peligros de la técnica alegando que, en realidad, se estaban dando pasos hacia el mundo utópico de Aldous Huxley al permitir el diseño de seres humanos desde su nacimiento. Algunos pensadores criticaron que la técnica podía acarrear graves perjuicios psicológicos cuando el bebé medicamento supiera que había sido concebido para una finalidad determinada. Otros filósofos pusieron el acento en la instrumentalización del nacido pues, en definitiva, se estaba utilizando como un medio para un fin determinado lo que iba en contra de la dignidad de todo ser humano. Sin embargo, otros pensadores consideraron que el fin esencial de la Medicina es curar y, por tanto, los doctores tenían que utilizar todos los medios a su alcance para salvar la vida de Molly. De igual manera, argumentaron que los padres podían utilizar esta novedosa técnica pues suponía el ejercicio de su derecho a decidir libremente cómo y a través de qué medios tener descendencia. En definitiva, el nacimiento de Adam Nash nos situó en una difícil encrucijada. ¿Podemos hacer todo lo que la ciencia permite hacer? ¿Cuáles son los límites? ¿Es suficiente el argumento de que, a través de la técnica, podemos salvar una vida? ¿Existen otros valores que debamos tener en cuenta?

La forma de afrontar estos interrogantes dependerá de nuestra concepción sobre la vida y de la situación en la que nos encontremos. Para el matrimonio Nash la respuesta fue sencilla. ¿Qué padres no harían todo lo posible por salvar a un hijo de una dolorosa muerte? Se trata, en definitiva, de decisiones difíciles que se plantean en situaciones límite. Quizá sea el momento de recordar las palabras de Paulo Coelho: «Un hombre tiene que escoger. En esto reside su fuerza: en el poder de sus decisiones».