Normalmente al nombrar a lo que nos rodea asociamos a cada nombre un género, sea masculino, femenino o neutro. Esta asociación a través del lenguaje implica algo sobre nuestra relación con este elemento nombrado. Hay algo más que una clasificación arbitraria de palabras en los tres géneros. En el caso de seres vivos hay una relación entre genero y sexo. Pero hay más en esa clasificación.
Un caso muy evidente es el del mar o de la mar. Es bastante sabido que los países o grupos que tienen especial cariño al mar lo consideran como un nombre femenino. Para nosotros los menorquines nuestro amor al mar es claro y para nosotros la mar es femenino. En castellano se admiten los dos géneros, en general es masculino, ciertamente es así en el centro de la península. Pero la gente del mar lo considera femenino. Al escribir esto resuena en mi mente aquellas palabras en la zarzuela Marina, «el cielo está sin nubes, tranquila está la mar?».
Esa sutilidad asociada al género hace a veces difícil transmitir de una lengua a otra algunos sentimiento o conceptos. Hay un caso particularmente curioso, el del Espíritu Santo. El Espíritu Santo vino al cristianismo de la religión judaica, pero en hebreo y arameo la palabra espíritu es femenina. Así que en un principio era «la Espíritu de Dios».
La Espíritu de Dios era la fuerza creadora del universo, quien instruía a Israel y quien lo juzgaba. También aparecía en forma de la sabiduría divina. En el periodo anterior a la cautividad de Babilonia, se le rindió culto. Después, cuando un monoteísmo más estricto se impone en el judaísmo, se restringió su papel en el culto.
En el nuevo testamento aparece de nuevo en su papel engendrador. En Marcos y Juan, la historia de Cristo empieza con el bautismo de Jesús. Para muchos cristianos de las primeras generaciones, este fue el momento en que la Espíritu genera o infunde a Cristo en el cuerpo de Jesús. Así lo vemos aun en el mosaico de Rávena del siglo V en el que un barbilampiño Jesús es bautizado no por Juan, sino por el Espíritu Santo.
Entre los primeros cristianos, principalmente en la región de Siria, la Espíritu tuvo ese papel de engendradora de Cristo. La trinidad estaba formada por el Padre, la Espíritu, y el Hijo. Una trinidad con bastante lógica para los humanos. Pero llegaron los padres de la Iglesia occidental y las cosas cambiaron. Para algunos de ellos, eso de tener a una mujer tan cerca de Dios Padre no podía ser. Como la mayoría de ellos eran de la esfera latina de la Iglesia, el hecho que en latín la palabra espíritu fuera género masculino les ayudó en el cambio.
Así en la iglesia occidental la Espíritu de Dios se transforma en Espíritu Santo. Pierde el puesto número dos en la Trinidad y pasa a ser el tercero. Además para que las cosas queden claras, la Iglesia años después define que: «El Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo?». No solo perdió su puesto sino que también de engendradora pasó a ser engendrado hasta por el Hijo. Eso ya no lo aceptó la iglesia ortodoxa oriental.
En aquellos primeros siglos de la era común esos argumentos levantaban grandes pasiones y gente murió defendiendo o atacando estas distintas posiciones dentro del cristianismo. Ahora ya ni se piensa en ello. El Espíritu Santo ha pasado a ser esa paloma que vemos dibujada en diferentes cuadros y pocas veces se dice nada de él. No me extrañaría que el presidente de la patronal, que está en todo, cualquier día pidiera a la Trinidad que haga un ERE y despida a la paloma, ya que con un contrato temporal con un jilguero les saldría más barato.
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