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Murió Botín y las portadas de casi todos los periódicos se vistieron de luto o de rojo taurino y se llenaron de loas, claro. Máximo respeto a la familia, sí, pero con guiños a la sucesora: todo atado y bien atado. Funeral en la Catedral, en los bancos (los de sentarse), lleno total de políticos y otros siervos del poder financiero que marca las horas: como cuando fallece el jefe o el padrino. No sé por qué pero busco botín en la RAE (vicio puro, el mío con las palabras) y encuentro una acepción: "Beneficio que se obtiene de un robo, atraco o estafa". La vida es así de burlona. Y la muerte, más.
En fin, que tampoco llegaron a fin de mes, ni este mes, ni los anteriores, las decenas de miles de familias desahuciadas que sufren cada año en España las consecuencias de una ley hipotecaria cruel, que llena de ceros cada trimestre los balances de beneficios del Banco Santander y de sus secuaces, muchos de ellos rescatados y cimentados con miles de millones de euros de dinero público para mantener la espiral de la desproporción.

También se sigue hablando de Podemos, claro, es el tema de moda en los medios, en general, y en las terrazas de los bares (bastante menos de lo que tocaría). Habló de ello mi vecino casual de página en este mismo diario, Carlos Salgado, quien comparó a Podemos con la 'Rebelión en la Granja' de la novela de Orwell como ejemplo de totalitarismo. No sabemos todavía en qué quedará el proyecto Podemos, pero desde luego no parece apuntar al totalitarismo: está fomentando el mayor debate político ciudadano que ha vivido la joven y acomplejada democracia española y si no, den una vuelta virtual por su Plaza Podemos o una vuelta física por cualquiera de los Círculos que se están empezando a formar en Menorca. En ese mismo artículo le reprochó a Pablo Iglesias la manía de exigir que no se interrumpan sus intervenciones en los debates, algo inimaginable, decía Salgado, «en el Senado de la República de la Roma clásica».

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Suerte que llegó Bernardo Souvirón para hablar precisamente de clásicos, de Roma y de Grecia, de la mano de los Talleres islados de Menorca (que no me canso de recomendar: rara avis y laboratorio para el aprendizaje y la reflexión de la Isla, en los que este helenista se ha convertido él mismo en un clásico; este año, con doble encuentro en torno a «Mito e historia: una guerra contra lo femenino»). En la charla abierta al público en la biblioteca de la Fundació Rubió Tudurí, habló a los presentes (aforo completo) de otras manías que tenían los romanos hace más de 2.500 años. Los romanos, con su latín exacto —una lengua de abogados que no dejaba lugar a ambigüedades, así como el griego era más lengua de poetas, dijo el profesor—, mantuvieron manías como la firmeza ante la corrupción política (también entonces generalizada), pero que en su caso sí tenía consecuencias cuando se destapaba: el delito se pagaba en Roma con el destierro del acusado, la pérdida de su condición de ciudadano y además, según explicó Souvirón en Maó, «el cargo público debía devolver tres veces lo robado». Habló de otras manías, en este caso de la democracia de Atenas y que Aristóteles inmortalizó en su «Política»: en democracia, el poder reside en el Demos (en el pueblo), que es quien toma decisiones reunido en asambleas convocadas periódicamente y en las que «cualquier ciudadano tiene derecho a participar y hacer oír su voz». Algo que vuelve a ser posible gracias a internet (y a la voluntad de que así sea). También sacó Souvirón otras extrañas costumbres atenienses que están, precisamente, en todos los debates de Podemos (aunque su propuesta definitiva, no se conocerá hasta su Asamblea General de octubre), como la de limitar el tiempo de los mandatos de los gobernantes, porque «la persona que hoy es gobernada, mañana podrá ser quien gobierne, solo para volver a ser un ciudadano corriente pasado mañana».

El clamor ciudadano contra la corrupción llega ahora en forma de un eco antiguo que remuerde los datos («el 72 por ciento del fraude fiscal en España corresponde a las grandes empresas y grandes fortunas») y con etiquetas como Bárcenas, Pujol, Urdangarín, Matas, Fabra, Díaz Ferrán o el caso de los ERE, los cursos de formación y todo ese largo etcétera. Por la otra puerta, miseria, privatizaciones, recortes sociales, sanitarios, educativos y laborales: una jugada maestra digna de la mafia. Así que no, no basta con sus paseos temporales por prisión (en los pocos casos que la pisan) y luego, de vuelta al yate y a los paraísos fiscales: que se vayan y que devuelvan lo robado (multiplicado por tres).

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