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El verano empieza su cuenta atrás para preparar maletas (tantas maletas se ven pasar estos meses, con y sin ruedas, que un par de ellas más nos dejan del todo indiferentes). A pesar del calor, que aún marca nuestras conversaciones con los tenderos, sabemos que pronto llegará el otoño (ya extraño a Ryanair y todavía está entre nosotros, voy contando los días, tictac, y los encargados de trabajar para mejorar las conexiones aéreas de Menorca se habrán pasado un buen verano, seguro, ya lo decía este diario: «Menorca volverá a ser este otoño el destino más caro de Balears para los madrileños», con una diferencia de un 49 por ciento más caro entre volar desde Menorca a la capital, que hacerlo desde Eivissa). Llegará el otoño con todo lo que eso significa en este punto del mapa (es como irse a vivir a otra parte), sí, pero antes de pasar a esas otras preocupaciones me pide el cuerpo más baños, con las playas ahora algo más habitables, y se me llena la cabeza de preguntas (siempre con la vista un paso atrás, melancolía de lo inmediato): ¿por qué el sistema establece que la mayoría de los mortales han de descansar en agosto (que a su vez y por ende, es el mes más estresante en todos los destinos)? ¿Por qué la gente que viene de vacaciones a Menorca siempre se queja de lo mismo y, entre las protestas, la más habitual es la que hace referencia al transporte público? ¿Por qué en todos los foros se encuentra entre las recomendaciones (obligaciones) para venir a Menorca el alquiler de un vehículo propio? ¿Por qué el transporte público es tan nefasto en una Reserva de la Biosfera? ¿No será esta dejadez (o negocio) la razón por la que la carretera sufre durante estas semanas de verano una presunta saturación (que no es tal)? ¿Quién se beneficia? ¿Son unos días al año una excusa suficiente para violar el paisaje de Menorca o la criatura de las obras tiene solo nombre de elecciones municipales?

Y hay más, porque siempre he sido muy preguntona: ¿por qué no existe un autobús directo desde el aeropuerto a Ciutadella? ¿Sería muy difícil que algunos de los trayectos diarios entre Maó y Ciutadella hicieran parada en el aeropuerto? ¿Por qué no hay unas frecuencias lógicas y unos precios asequibles tanto para los que llegan como para los que vivimos aquí? ¿Y por qué es tan caro el parking del aeropuerto y dejar el coche uno días allí cuesta más caro a veces que el mismísimo billete de avión? (Siempre que no vueles con Iberia, claro). ¿Por qué son, por cierto, tan abusivos los billetes de avión a Menorca, y media España ha hablado en algún momento de este verano de 2014 sobre lo exclusivo que es volar hasta aquí (y lo bonito que sería poder venir al destino de moda)? ¿Por qué les da tanto miedo a los hoteleros que los particulares alquilen sus casas, habitaciones y trasteros? ¿No será diferente el público de uno y otro lado? ¿No tienen derecho a conocer Menorca los que no pueden gastar ciento cincuenta euros diarios únicamente en dormir y prefieren gastarlo, eso sí, en el resto de negocios más allá del bar de la piscina? ¿No sería más justo normalizar estos alquileres y que se pudiera obtener/pagar por un permiso y poder declarar los impuestos correspondientes? Y hablando de modas, ¿por qué todos los famosos (y los no famosos) se han animado este verano a tirarse por la cabeza un cubo de agua helada pero no se informan de cómo funciona el 'reto' o de quién o qué hay detrás, sino que simplemente se graban tirándose un cubo de agua por encima y luego lo comparten en las redes sociales? Una pregunta al margen de todo esto: ¿por qué es famoso Kiko Rivera?

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Y volviendo al cubo de agua helada: ¿no tendría más valor esta campaña si se hiciera en el frío mes de enero? Y otra, ¿por qué el 'Ice Bucket Challenge' ha recaudado en Estados Unidos más de cien millones de dólares para la investigación de la Esclerosis Lateral Amiotrófica (ELA), mientras que en España las cifras son ridículas (a pesar de la cantidad de vídeos)? Al menos, y en eso sí estoy de acuerdo, se ha conseguido visibilizar una enfermedad terrible y ha dado pie a otras campañas más tangibles como las impulsadas por Dino Gelabert o Marta Veiga. Y fallamos en otro asunto: no hay una cuenta/fuerza común en España para las donaciones. Siempre dispersos, nosotros. Aprenderemos (espero) a trabajar en grupo como sociedad (sí, se puede), porque si no nos unimos para cambiar las cosas (y los nombres), no iremos muy lejos con este modelo: como mucho nos caerán a (casi) todos jarros de agua fría, uno detrás de otro.

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