Había llegado aún a nuestro país. Todo lo que había era la radio y el cine los fines de semana, mayormente con películas cortadas por la censura eclesiástica del colegio. La primera vez que vi un televisor ya era mayorcito. La gente lo miraba con mucha atención y yo quedé un poco desconcertado: solo se veían puntitos grises que a duras penas llegaban a configurar imágenes, y por el altavoz se oía algo parecido a una sartén friendo pescado. El problema era que aún no había repetidor en la Isla. Cuando lo hubo, aún tardamos bastante en poder pagar un televisor 'en cómodos plazos', porque había que pagar también la nevera eléctrica y la cocina de butano, todo ello innovaciones impensables en la postguerra. Tenía quince años y solo sabía de la magia de la televisión de oídas. La gente decía maravillas de series como «El Santo», y de programas autóctonos como «Noche de Estrellas», pero se quejaban de que los emitían muy tarde y luego había que madrugar para ir a trabajar. Cuando por fin tuvimos televisor volví a quedar desconcertado, interrumpían la serie en el momento más interesante para echar anuncios, y una película, además de ser antigua, podía durar horas. Algunos anuncios daban consejos expeditivos: «Moraleja, compre una Agni y tire la vieja». Todo el mundo quería tirar la vieja. A veces salía Gila y seguía llamando por teléfono desde la guerra, una guerra de la que solo habíamos conocido las consecuencias. Cuando veíamos películas de Hollywood en el cine nos quedábamos patidifusos por el hecho de que la tele en América fuera en color, algo que aquí también tardó bastante.
Les coses senzilles
Tire la vieja
04/08/14 0:00
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