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Cada poco me da por ordenar mis papeles (cuando decido que no quiero morir devorada por ellos) y siempre encuentro recortes, reportajes impresos y otros apuntes que voy dejando para esa otra vida titulada «cuando tenga más tiempo». El tiempo nos pertenece (hasta que nos esfumamos del todo) pero creo que nos empeñamos en decir que no lo tenemos para quitarnos la responsabilidad de hacer lo que sabemos que queremos hacer. En mi última expedición he encontrado una entrevista con el sociólogo, filósofo y ensayista polaco Zygmunt Bauman, Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades 2010 junto a Alain Touraine. Este autor, que roza los noventa años, con su arquetípico pelo blanco y alborotado, es el creador del concepto de «modernidad líquida», esa forma de definir a esta sociedad (presuntamente desarrollada) consumista y banal que se derrama ante nuestros ojos paralizados y en la que, según él, no caben ya las certezas y los valores han pasado a tener precio de venta al público.

Bauman ha reflexionado desde su hogar en Reino Unido sobre el espionaje en «Vigilancia líquida» (Paidós), sobre «La cultura en el mundo de la modernidad líquida» (FCE) y «La educación en el mundo líquido» (Paidós), entre otros asuntos, y ahora ha dado un paso más sólido, ha pasado a las preguntas: «¿La riqueza de unos pocos nos beneficia a todos?» (Paidós), y su respuesta (ojo, spoiler) es No. «La felicidad no se mide tanto por la riqueza que uno acumula como por su distribución. En una sociedad desigual hay más suicidios, mas casos de depresión, más criminalidad, más miedo. (…) la felicidad depende de la igualdad, de la equidad», cuenta el profesor emérito de la Universidad de Leeds en el suplemento cultural de un periódico que no quiero nombrar porque se ha convertido en lo que decía rechazar. Lo cuenta Lola Galán, y de ella sí hablo, porque se ha de citar la fuente y porque las personas no son los medios en los que se refugian para su supervivencia (también líquida).

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Bauman ha puesto el foco en la desigualdad que marcó el pasado, está marcando el presente y, si no le ponemos remedio, será flagrante en el futuro cercano. «Vivimos en la cultura del consumismo», explica Bauman, «no es ya simplemente consumo, porque consumir es totalmente necesario. Consumismo significa que todo en nuestra vida se mide con esos estándares de consumo». Yo no sé si le pasa a todo el mundo pero hable ahora con quien hable y siempre que la situación actual sale a relucir (es decir, en tres de cada tres conversaciones, porque los despidos, los desahucios, las quiebras empresariales y otras consecuencias de su crisis están a la orden del día), escucho una idea que se repite: «Lo que están consiguiendo estos gobiernos es que los ricos sean cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres, se están cargando la clase media». Bauman no lo deja en un simple comentario, lo ha estudiado a fondo y tiene datos: «Hace 20 o 30 años las desigualdades entre las sociedades desarrolladas y las que no lo eran crecía, mientras que la desigualdad en el interior de una misma sociedad (rica), disminuía. Y creíamos, al menos nosotros, los europeos, que con nuestro Estado de bienestar habíamos solucionado el problema de la desigualdad. Pero desde hace 20 o 30 años la distancia entre los países desarrollados y la del resto del mundo está disminuyendo, y, por el contrario, en el interior de las sociedades ricas las desigualdades se están disparando. Hay informes que dicen que en Estados Unidos estas desigualdades están llegando a los niveles del siglo XIX». Tiene más datos: «Las 85 personas más ricas del mundo atesoran una riqueza equivalente a 4.000 millones de las personas más pobres». Y también acuña nuevos términos como 'precariado' (de precariedad), una nueva clase conjunta que suma a los antiguos proletarios y a la clase media en peligro de extinción.

Esta decadencia del bienestar no tiene salida de emergencia, pero hay nuevos caminos por trazar. Sí, consumimos, es una necesidad, pero tenemos el poder de elegir qué consumimos y sí, tratan de poner trabas a cualquier tipo de consumo colaborativo y responsable, porque no encaja en su modelo, pero es que la manera de avanzar es precisamente cambiar el modelo: este ya no funciona, con el crecimiento ilimitado que persiguen los políticos corruptos y comprados por el verdadero poder (las corporaciones) es imposible que aguante. La tierra no da más de sí. Tenemos que cambiar el sistema y transformar la competición en solidaridad y colaboración. Entre todos, una vez más, sí, se puede (y lo saben).

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