Luis Alejandre abre aparcamientos en áreas naturales y cerca de faros, instala servicios sanitarios químicos junto a playas vírgenes, permite el servicio de vigilancia en los accesos a la Fundació de Persones amb Discapacitat, sin tener el último papel que lo autorice. Se han cumplido decenas de trámites pero ha perdido la paciencia esperando el último sello, en una burocracia de la que participan un montón de servicios, departamentos, técnicos. funcionarios.
Para algunos, el conseller es un mal ejemplo para los ciudadanos, a los que no se permite saltarse el último trámite. Para otros, es un ejemplo de eficacia.
Que la administración se salte las últimas casillas de este laberíntico juego de la oca demuestra que los ciudadanos que se quejan de los años que llevan esperando un permiso tienen toda la razón.
El problema es que el sistema está basado en la desconfianza. Cada día más. Hay que presuponer que detrás de cualquier acción hay un motivo oculto y que un ciudadano que tiene un proyecto sin duda pretenderá levantar un metro más de pared o pagar en negro media obra. Vivimos ahogados por las normas preventivas y las sanciones posteriores.
Yo no creo que el general Alejandre sea un mal ejemplo. Que se ordenen aparcamientos para garantizar la seguridad y la comodidad; que se instalen sanitarios que eviten desagradables sorpresas en paseos agradables por áreas naturales; que los miembros de la Fundació de Discapacitats puedan vigilar los accesos a las playas vírgenes son cosas buenas y necesarias. A lo mejor al final hay que ponerle al conseller una multa por no tener el último papel, pero habrá cumplido con su trabajo.
Habría que conseguir borrar del diccionario la acepción de burocracia que la desacredita y convertirla de nuevo en un servicio eficaz al ciudadano.