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Estoy en mi semana de reflexión (un día no basta y menos si hay final de Champions). Tenemos derecho a votar un Parlamento con cara reconocible, que representará a 500 millones de ciudadanos. Europa es una realidad imperfecta, pero ya es «nuestra» realidad, al tiempo que conserva el carácter de sueño utópico y necesario. Significa democracia, libertad, prosperidad. Cultura, ciencia y tecnología. Convivencia y diversidad. Es la historia increíble de una acumulación de logros, tragedias, tradiciones e innovaciones.

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Falta una Constitución europea, que nos permita afrontar incertezas y desafíos sin caer en la tentación de volver a la tribu. Por eso, Shakespeare y Cervantes, Goethe y Camus, son parte de esa identidad europea. La que desciende de la Grecia Clásica y del Imperio Romano; la de las rutas comerciales y las catedrales; la de la Revolución Francesa que exportamos al Nuevo Mundo: libertad, igualdad y fraternidad. Somos y seremos reacios a las tiranías. Conservamos innumerables obras de arte. Afrontamos peligros potenciales e ingentes dificultades...En la declaración de Schuman, podemos leer: «La paz mundial no puede salvaguardarse sin unos esfuerzos creadores equiparables a los peligros que la amenazan».

No debemos tomarnos el voto a la ligera. Abstenerse o inhibirse, es una opción. Pero cuando crecen el populismo, la xenofobia, el escepticismo o el separatismo... ha llegado el momento de luchar por Europa.