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Es sobrecogedor encontrar en los medios, en la calle y en la vida cotidiana situaciones de abuso y violencia sistemática contra las mujeres sin importar edad, grupo social, condición ni estado civil.

Probablemente la mayoría conocemos estos antecedentes y lo triste es que no hacemos nada para poner un alto definitivo a esta situación.

En países del Lejano Oriente, los bebés son evaluados mediante ecografías y si se comprueba que son niñitas son abortadas masivamente por ser improductivas en la economía.

En los países más fundamentalistas del Islam, las mujeres no tienen derechos ni a la salud adecuada, ni a la educación, ni a escoger su pareja. Ni siquiera a ser felices en el matrimonio porque, a corta edad, les practican una mutilación genital para que no puedan gozar de la intimidad.

Un altísimo porcentaje de las demandas por acoso sexual, son presentadas por mujeres. Probar es tan complejo que quedan sin ser resueltas, archivadas.

Miles de jóvenes son secuestradas o engañadas anualmente para transformarse en materia prima del tercer negocio ilegal más rentable del planeta: la esclavitud sexual y la prostitución.

Millones de madres de familia son contagiadas por sus maridos de sida, porque nunca son prevenidas por ellos de la promiscuidad en la que viven.

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En la actualidad el machismo es una conducta primitiva muy popular que hace que millones de mujeres sean golpeadas, humilladas y hasta vejadas por sus parejas.

Miles de mujeres mueren en el mundo todos los años víctimas de sus parejas.

Detengamos la mirada en el punto principal: la dignidad. A muchas mujeres victima de éstos y otros atropellos no sólo les han quitado la dignidad, sino, incluso, las ganas de vivir.

Que lejanos estamos del Mensaje Final del Concilio Vaticano II donde auguraba:

«Ha llegado la hora en que la vocación de la mujer se cumple en plenitud, la hora en que la mujer adquiere en el mundo una influencia, un peso, un poder jamás alcanzado hasta ahora. Por eso, en este momento en que la humanidad conoce una mutación tan profunda, las mujeres llenas del espíritu del Evangelio pueden ayudar tanto a que la humanidad no decaiga.»

¿Hasta cuándo tiene que ser crucificado Cristo en sus hermanas, para que los varones entiendan que la relación con las mujeres se debe basar en el respeto y la justicia?

Demos gracias por todas las mujeres y por cada una: por las madres, las hermanas, las esposas; por las mujeres consagradas a Dios; por las mujeres dedicadas a tantos y tantos seres humanos que esperan el amor gratuito de otra persona; por las mujeres que velan por el ser humano en la familia, la cual es signo fundamental de la comunidad humana; por las mujeres que trabajan , mujeres cargadas a veces con una gran responsabilidad social; por las mujeres «perfectas» y por las mujeres «débiles».

Por todas ellas, tal como salieron del corazón de Dios en toda la belleza y riqueza de su feminidad, tal como han sido abrazadas por su amor eterno; tal como, junto con los hombres, peregrinan en esta tierra que es «la patria» de la familia humana, que a veces se transforma en un valle de lágrimas. Tal como asumen, juntamente con el hombre, la responsabilidad común por el destino de la humanidad, en las necesidades complejas y difíciles de cada día.