Día de Nochebuena. Mal tiempo y síntomas de posible trancazo gripal en la tribu. Decisión unánime: de aquí no sale nadie. Solo uno de los dos jefes de la comunidad tendrá que saltarse la cuarentena para acometer una doble misión: sustituir dos libros leídos en préstamo por otros tantos por leer y adquirir víveres para alimentar a la tropa durante el aislamiento.
Sobre el primer cometido planea una amplia sombra de duda en cuanto a la disponibilidad de los guardianes de las letras, sobre el segundo ninguna. De un tiempo a esta parte los supermercados abren domingos, festivos y medio festivos, con horarios que permiten subsanar cualquier descuido gastronómico prácticamente hasta que los comensales están ya en la mesa.
Las dudas estaban justificadas. En la biblioteca, pasadas las diez de la mañana de un día laboral como un templo, la puerta está cerrada. Allí no se puede leer nada más que el horario en la puerta. Por suerte, la devolución de los volúmenes es factible mediante un viejo pero efectivo sistema. De vuelta al coche, oteo la planta baja del Ayuntamiento de Maó. Igualmente cerrado. Se anuncia que lo mismo pasará el día 31, para más regodeo.
La sociedad está dividida. Cada vez más empresas relativizan los festivos para dar de comer tanto a sus clientes como a sus cajas, mientras que algunos servicios públicos pintan en rojo sindical los números del calendario de las 'vísperas de' por aquello de que son días medio tontos. Para lo primero la justificación es sencilla, para lo segundo inexistente. La racionalización de la administración pública no debe pasar solo por tener menos empleados peor pagados, sino también por ofrecer horarios racionales y adecuados al ritmo del siglo XXI. De lo contrario se fundamentan tópicas generalizaciones peyorativas y se hace perder el tiempo a ilusos usuarios desinformados.
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