El dato ha pasado casi inadvertido pero quizá valga la pena rescatarlo, aunque sea anecdótico, para ilustrar el abismo que a veces separa a los gobernantes de sus gobernados. El jueves la actualidad informativa se interrumpía en toda España porque los partidos que dicen representar el catalanismo habían acordado una fecha y dos preguntas para su consulta por la independencia.
Siguiendo la tónica de las dos últimas Diadas, la televisión pública catalana canceló su programación habitual para ofrecer especiales ante un hecho que se presentó como histórico. Pero la audiencia, a tenor de los resultados, no se emocionó tanto como su clase dirigente. Esa noche, el 20,7% de las familias catalanas prefirió ver a Los Chunguitos disfrazados de Sergio y Estíbaliz en Antena 3 frente al 11,5% que optó por sintonizar TV3.
¿Es ese el comportamiento que se espera de una sociedad preocupada por su «derecho a decidir»? El hartazgo de buena parte de la población sobre este debate se empezó a vislumbrar en el referéndum sobre el Estatut de 2006 en el que participó menos de la mitad del censo electoral. De hecho, el texto apenas fue refrendado por el 36% de los catalanes con derecho a voto.
Hace solo cuatro años, el entonces presidente de Esquerra Republicana Joan Puigcercós calificaba de «magnífico» el nuevo sistema de financiación pactado con el Gobierno de Zapatero que ahora aborrecen. Y ahora, con Rajoy, la Generalitat es el gobierno que más dinero recibe del Fondo de Liquidez Autonómico para evitar su quiebra. Una curiosa forma de expoliar.
La última encuesta de «El Periódico» concluye que un 44% los catalanes está por la independencia. Con estos datos, más que un clamor popular aquí lo que se vislumbra una fractura social cebada por los que tratan de ocultar su pésima gestión política.
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