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Ahora que ya falta poco para entrar de nuevo en 1714 me permito unas reflexiones personales. Me gusta Barcelona. Siento como si un cordón umbilical invisible me uniera a ella. Y siempre me ha gustado la música moderna que ha originado la ciudad. Tengo lejanos recuerdos de Lita Torelló, Gelu, José Guardiola, el Dúo Juvents, Rudy Ventura… ¡el Dúo Dinámico!..., que muy pronto fueron sustituidos por los primeros grupos de rock (Los Sirex, los Mustangs, los Cheyenes, los Salvajes, Los No, Los Gatos Negros, los Catinos, Tony Ronald, Alex y los Finders, etc. (sin olvidar la Yenka de los holandeses Johnny & Charley). Era cuando, en los sesenta, los chicos catalanes tocaban rock anglosajón.

Avanzada la década prodigiosa y entrando ya en los setenta surgió la música progresiva de Máquina, Música Dispersa, Pau Riba, Sisa, (incluso Pic-nic con Toti Soler) etc. que después alternó con la llamada "ona laietana" (música layetana). Este movimiento musical pivotó alrededor del Zeleste, local desde el que expandió su influencia. La Salseta del Poble Sec, La Orquesta Platería, el Gato Pérez... fundían jazz y rock con la música caliente caribeña. Un "melting pot" musical muy interesante.

Aquellos años, a caballo entre el final del franquismo y el comienzo de la democracia, fueron buenos tiempos para la cultura en Barcelona: nunca tuvo la ciudad un ambiente intelectual más internacional. Hervía el intercambio cultural (buena parte de la "escuela de literatura sudamericana" residía y publicaba en Barcelona) y la ciudad era un faro del pensamiento progresista, de la transgresión cultural y de la ilustración cosmopolita: el buque insignia de la Cataluña liberal. Se respiraban aires de libertad en sus calles donde nadie se metía con nadie, nadie te forzaba a hablar una lengua determinada, no tenías que militar forzosamente en ninguna manada identitaria, etc. Era la "Barcelona , città aperta".

Pero todo eso se frustró a principios de los ochenta cuando el triunfo electoral de Papá Pitufo (en ajustada definición del periodista catalán Ramón de España).El nacionalismo, esa emoción acomplejada de quienes no se atreven a ser iguales, trajo el declive y la decadencia de la creación artística y especialmente de la musical. Ya solo se apoyaba a la "kultureta" identitaria y a una música facilona, encorsetada y localista (el eufemísticamente denominado rock català) que, aunque siempre fue mucho más propio de la "terra endins" (de "comarcas") que de la misma Barcelona, casi anuló el rock internacionalista de la ciudad.

El progresismo musical barcelonés se sintió acorralado por las directrices políticas de los dirigentes pequeño-burgueses tanto de CiU como del PSC y prácticamente desapareció: nadie lo contrataba. No estaba bien visto políticamente. Y es que a los nacionalistas la cultura les importa un bledo, solo les importa su lengua. Solo les importa cómo comunicas pero no lo que comunicas (lo vemos también en Menorca). Pero gracias a aquella ola proteccionista del nacionalismo subvencionado cenizos profundos e históricos como el "anticapitalista" Lluís Llach consiguieron el sueño de todo pequeño-burgués catalán: comprarse una masía en el Ampurdán. Sí, señor, obtuvo su "peix al cove" y desapareció. "Take the money and run".

Todo aquel intervencionismo, aquel "diktat" nacionalista, acabó con el progreso que había caracterizado el ambiente innovador y creativo de aquella ciudad en los años setenta. Y así comenzó el aislamiento cultural que ha masacrado a buen parte de la creatividad catalana. El concepto de cultura es universal y aquella década, los setenta, fue la época más rutilante, por creativa, de mi querida Barcelona.

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Nota: Encadenarse es permitir que te esclavicen intelectual, política y socialmente, que te transformen en simple "hombre-eslabón". Formar una cadena humana es una solemne chuminada, una muestra de decadencia intelectual y una nueva y peculiar manera de perder el tiempo. ¡Pobre Cataluña! ¡Cuánto te hieren los que creen amarte!