Velero Virgen del Carmen, en el momenen que era cargado con material de guerra, entre el mismo se encontraban varios cañones. (Archivo Margarita Caules )

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El pasado martes no me dio tiempo a decir que aprendí a nadar frente a la escalinata donde se paraba la motora. Antes de hacer la Primera Comunión era recomendable saber leer y escribir para aprender correctamente el Catecismo. Preguntándome que tendría que ver la natación con la comunión.

Tal como les dije en mi primer artículo sobre La Mola, allí iba a nadar durante la semana de guardia de aquel padre mío. A él le encantaba y a mí también. Con la particularidad de disfrutar de la amistad de los niños de aquel lugar que eran muchos. Infinidad de mandos disponían de su hogar "dalt la Mola".

Cuantos conocen la cala saben de la gran profundidad que allí se encuentra, con la particularidad de que el agua era tan limpia tan transparente que a la pobre niña, la hija del mecánico, le horrorizaba al contemplar desde lo alto de la motora sus profundidades, con sus rocas, plantas marinas y los peces que iban y venían como si me esperaran.

Aquel verano había avanzado y mucho, tanto que los corchos o "suros" a modo de cinturón que me ataban a la cintura, se habían reducido a tres o cuatro rectángulos que era lo que formaban el salvavidas. Uno de aquellos días Gori me dijo, como si hablara con una chica mayor: va siendo hora que te quites el miedo, no te va a ocurrir nada, flotarás. ¿Flotaré? Creí que me engañaba. Aquel hombre que alardeaba de que jamás me mentía, dejaba de cumplir lo prometido. ¿Cómo iba a flotar sin los corchos, sin la rueda que tanta seguridad me otorgaba? Y sin pensárselo me ató de la cintura una larga cuerda, lanzándome al mar, sin soltar el cabo. ¿Qué voy a decirles para que no me crean exagerada? Fue todo tan rápido, tan espantoso, que no tuve tiempo de pensar nada de nada. No floté, me hundí "per avall", resurgiendo en el momento que me encontré cogida por una fuerte mano. Se trataba de una alma caritativa, en Joan S'Espigat, uno de los marineros del remolcador que se tiró al mar tras de mí, no pudiendo soportar la actitud del mecánico de la motora. Como si fuera hoy, éste le pidió disculpas, alegando que lo había hecho por mi bien, para quitarme el miedo, que confiara en mí misma." Nanai de la China". Me unió una buena amistad con el señor Juan, como le llamaba y con su familia también. Siempre se lo agradecí, cuantas veces nos encontrábamos lo recordábamos. Era una gran persona.

En honor a la verdad desde aquella primera vez, empecé a nadar "com un peix".

Cuando se llegaba al lugar de amarre, la escalera esculpida por los "picapedrers" que empezaron la construcción de la fortaleza en 1845 para unos, 1850 para otros.

A la derecha de la escalinata, se encontraba una especie de "rinconada" muy reducida que no llegaba "ni a platjal" repleta de piedras, rocas de todos los tamaños y cantidad de pequeñas piedras semejantes a la gravilla. Auténtico martirio corporal, especialmente para los pies, allí no se salvaba nadie del sufrimiento, "ni sa tia".

El de la motora comentaba que antaño fue parte del acantilado de poca monta que al hacer la caseta de boteros, derribando una de estas singulares cabañas para refugio de corderos, les sirvió como vertedero del material sobrante, les debió resultar muy cómodo "van anar tirant de dalt a baix", quedando un auténtico calvario para los usuarios.

Pero igualmente todos acudían al lugar. Los niños y mayores también, nadábamos con las zapatillas de goma. De lo contrario, resultaba imposible entrar en el mar, servían de salvapiés, lo que las hizo muy famosas. Su precio giraba en torno a los cinco duros.

Desde el mar íbamos a la higuera que había nacido en el peñal. En este tiempo los chiquillos hacían lo posible para llegar los primeros para coger sus frutos. Gozando de los mismos "mentre estèiem en remull". Actualmente hay dos.

Aquella playa venía a ser privada, usada por las familias y residentes de "dalt la Mola", que aprovechaban el carretón que bajaba a esperar a los pasajeros de la motora. Recuerdo especial para los Herrero, una familia encantadora con muchos hijos con los que me unía una buena amistad. Che Mari, nadaba "com un peix", atravesaba hasta el Lazareto, con la particularidad de que al cruzar no corría peligro, apenas pasaban embarcaciones.

Otro punto de reunión se encontraba frente a la torre de Felipet del Lazareto, con su varadero "es llenegall de devora sa grua". Por la profundidad del lugar era fácil el desembarco de multitud de material denominado de guerra. Allí atracaban los veleros sin problema alguno, encontrándose una casamata.

En esta ocasión, publico dos fotografías las cuales considero muy interesantes. En primer lugar en el momento en que se iba a cargar un cañón, en unas jornadas que "dalt la Mola" fueron muy trabajosas con motivo de llegar el velero Virgen del Carmen cargando infinidad de toneladas de material inservible , amén de varios cañones. Esta venta fue realizada por Bric, uno más de los muchos chatarreros de nuestra ciudad. Más tarde sería el intermediario de la grúa, de la cual ya he hablado en otras ocasiones.
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margarita.caules@gmail.com