Menorca ha permanecido dos años sin arqueólogo oficial del reino. Ha sido un bienio duro de sobrellevar, pero confiamos en que lo peor haya pasado ya: parece ser que volveremos a tener un arqueólogo en el Consell que pondrá fin a este periodo oscuro y escalofriante en el que los papeles que (antaño) habitaran el (hogaño) desangelado despacho del técnico habrán permanecido inmóviles, inobservados, subestimados y sin nadie que los cambiara de cajón o los moviera de una carpeta a otra. Han permanecido, digamos, en formato "resto arqueológico" precisamente en el (suponemos que suficientemente solemne) recinto del organismo dedicado a la arqueología; estamos hablando por consiguiente de metaarqueología.
Las malas lenguas dicen que durante estos años de cesantía apenas se ha notado la falta de cuidados sobre dichos expedientes. Vamos, que el puesto en realidad no hacía falta, que es prescindible. Pero yo creo adivinar que quienes denuncian esta extraordinaria situación no se dan cuenta cabal del alcance de su reflexión, porque o mucho me equivoco o en el fondo utilizan el argumento no para que desaparezca el cargo definitivamente (supongo que esto sonaría a ahorro institucional alarmantemente pionero), sino para que el puesto lo ocupe uno de los suyos. Entonces, ¿en qué quedamos? Reconozcamos que el asunto es un poco lioso. ¿Qué hace un arqueólogo en el Consell? ¿Qué ha dejado de hacer mientras el despacho permaneció vacío? ¿Tendrá ahora que desplegar una frenética actividad para despachar los asuntos pendientes durante tan largo periodo? ¿Hay asuntos? Lo que les digo: es un lío que no me atrevería a desentrañar. Pero sí me atrevo a plantear, a raíz de este pequeño rifirrafe que se ha entablado a costa de la vacante de marras, la celebración de un experimento que quizás ofreciera unos resultados sorprendentes. Se trataría de que cierren por dos años otros departamentos, asesorías, oficinas adjuntas de tal o de cual asuntillo de esos que pintan un poco raro, no sé si me explico. A ver qué pasa. Si resulta que no pasa nada, habremos encontrado una manera preciosa de eliminar gastos superfluos en campos bastante alejados conceptualmente de la sanidad, la educación o las pensiones; si por el contrario descubrimos que se derrumba a nuestro alrededor la civilización tal como la conocemos, habremos encontrado una forma de poner en valor los entes de la muestra y por tanto alejaremos la generalizada sospecha de que muchos de estos puestos no son más que coartadas para dar empleo y sueldo a gentes con tendencia acusada a remolonear a la hora de generar por ellos mismos sus recursos alimenticios mediante la creación de una empresa o acudiendo a los siempre incómodos castings para selección de personal en el sector privado.
Yo empezaría el pastel por el Senado. Dos añitos sin Senado. A ver qué pasa. Porque igual no pasa nada. Sería la pera; con la porrada de pasta gansa que cuesta. Luego, o paralelamente, haría la prueba con las diputaciones. Imagínate que acumulamos dos añitos sin diputaciones y nadie nota nada raro. En fin, para no aburrir: se admitirían sugerencias sobre entidades, cargos, asesores, consejeros etc susceptibles de someterse a esta prueba científica. No dudo de que cada uno de ustedes albergue in pectore uno o más candidatos idóneos para tal fin.
En otro (aunque paralelo) orden de cosas he sabido de dos nuevas performances surrealistas representadas en nuestro entorno más inmediato , de las que no tenía noticia, y que me gustaría trasladar al respetable para que no quede inédito el arte que bulle delante de nuestras narices y que a veces no tenemos ocasión de apreciar como corresponde:
Existe (al menos) una depuradora en nuestra ínsula que, tras ser impecablemente construida, ha pasado a pudrirse directamente sin pasar por la casilla del uso; es más, al parecer la falta de uso es precisamente la causa de su ruina. No me negarán la genialidad del happening. Otrosí, existe en Menorca una rotonda (carretera de San Luis) que, habiendo sido ajardinada con esmero con el concurso de encinas locales cuidadas durante tres años para su perfecta aclimatación por manos amorosas que aprecian y conocen esa especie arbórea, han debido ser extirpadas (tras su fallecimiento) con pulcritud de cirujano por un motivo tan genial por su sencillez que me hace sentir escalofríos como amante del surrealismo: corte repentino y radical del riego.
Propongo como acto sublime de dadaísmo que se entierren los cadáveres de las encinas dentro de la depuradora putrefacta, convirtiendo así en restos arqueológicos lo que en su día fue pastón del contribuyente e ilusión de un jardinero. Lo que digo, metaarqueología, destilado de arte contemporáneo, prueba irrefutable de consanguinidad entre la ética y la inteligencia.
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