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En medio de la muy amplia llanura danubiana ceñida por unas compactas cadenas montañosas, esta nación europea se ha caracterizado por su adhesión a la fe cristiana que le fue comunicada en el siglo X por su propio rey san Esteban y por misioneros benedictinos de formación cluniacense. El pueblo recibió con gozo las enseñanzas de la fe católica que fecundaron su trayectoria como un pueblo valeroso y dispuesto a encauzar su existencia de acuerdo con la doctrina salvadora de Cristo.

La sociedad húngara supo incorporarse a la civilización europea de impronta latina, y su colaboración con los países de su entorno ha sido generosa y ha perdurado a lo largo de siglos hasta nuestro tiempo. Lo ponen de relieve figuras tan meritorias como son, entre otras muchas, el cardenal József Mindszenty, símbolo de la resistencia de la Iglesia frente a la persecución comunista, el beato Otto de Habsburgo, último monarca que como rey de Hungría ciñó la famosa corona de San Esteban, y el obispo y escritor Tihamer Thot, cuyos libros contribuyeron en gran manera a la formación cívica y espiritual de muchos jóvenes europeos a mediados del siglo pasado.

Un acontecimiento reciente nos ha puesto de nuevo en relación con un muy cualificado representante de la nación húngara, mediante la presencia del primer ministro de ese país, Viktor Orban, quien ha tomado parte muy activa en las «VIII Jornadas de Católicos y Vida Pública» que hace pocas semanas tuvieron lugar en Bilbao. Este prestigioso político ha manifestado con mucha claridad y convicción su pensamiento sobre la importancia de la valoración de las raíces cristianas de Europa, poniendo de relieve cuánto importa que los valores y principios cristianos informen las leyes, mejoren las sociedades y personas que las componen.

He aquí algunas de sus manifestaciones más luminosas: «La política tiene que basarse en los valores cristianos» ha afirmado. Consciente de la peligrosa deriva del pensamiento en las naciones europeas, hizo también esta certera reflexión: «Europa se ha olvidado de Dios y se avergüenza de sus raíces cristianas y, con visión secular agresiva, supranacional y relativista, propugna una sociedad sin Dios. Los tecnócratas de la Unión se han olvidado de la familia, patria y justicia que son auténticos valores».

Estas manifestaciones no corresponden sólo a las convicciones personales del primer ministro, sino que tiene un amplio soporte dentro del pueblo húngaro, como se pone de manifiesto en una proclama que es manifestación de muchas y significativas personas de ese país danubiano, en las que se dice:
«Dios salve a Hungría. Nosotros el pueblo de Hungría, conscientes de nuestra responsabilidad, decimos lo siguiente a todos los húngaros en este principio de milenio: Estamos orgullosos de que nuestro rey Esteban, santo patrón de Hungría durante mil años, haya fundado sobre buenos cimientos nuestra patria, incorporándola a la Europa Cristiana.

Estamos orgullosos de nuestros antepasados que perseveraron en ella y lucharon por la libertad y la independencia de nuestra patria.

Estamos orgullosos de los grandes logros espirituales del pueblo húngaro.

Estamos orgullosos de que nuestro pueblo haya defendido Europa durante mil años, y que sus valores comunes se hayan enriquecido con sus talentos y sus esfuerzos.

Reconocemos el papel del Cristianismo en la pervivencia de la nación».

En consecuencia se proponen: «Proteger la institución del matrimonio como una comunidad de vida basada en la decisión voluntaria de un hombre y una mujer». Y entre otras cosas, añaden: «La vida del feto deberá ser protegida desde el momento de la concepción».

En 1938 se celebró en Budapest, capital de Hungría, el 34º Congreso Eucarístico Internacional. Fue cardenal legado Eugenio Pacelli, que al año siguiente sería Papa con el nombre de Pío XII. Por entonces España estaba sometida a una tremenda guerra civil y en buena parte bajo los efectos de una violenta persecución religiosa, y el número de mártires había sido impresionante. El cardenal Gomá asistió a dicho congreso en representación de nuestra patria y dijo a los congresistas: «Venimos con la púrpura que también significa la palma de millares de católicos asesinados por odio a la fe de Cristo». Una gran procesión se celebró sobre las aguas y riberas del Danubio. Una enorme multitud avanzaba por las orillas con antorchas encendidas. Fue como una preparación espiritual para que la fe cristiana se mantuviera en Hungría, donde durante más de cuarenta años había de ser también muy perseguida tratando de erradicarla. ¡Qué tanto en Hungría como en España, gracias a la presencia de Cristo en medio de su pueblo, el don de la fe permanezca firmemente arraigado!