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La BBC, que como muchos de ustedes saben produce unos documentales soberbios, ha descartado finalmente incluir la materialización del ascensor del puerto en su serie " The Pepe Gotera and Otilio´s way", dedicada al análisis de las más relevantes obras realizadas con el culo a lo largo de la historia.
Tengo entendido que finalmente el reportaje elegido por la prestigiosa cadena versará sobre el muelle de Son Blanc, y no entiendo (sin quitar merecimientos al dique) por qué se descartó el ascensor, siendo obra tan significativa dentro del género. Opino que mérito no le faltaba: aquí casi nadie ha hecho bien su trabajo (si hay alguno que sí lo hizo, que levante la mano y le pediré inmediatamente disculpas); desde que se gestó la iniciativa, la mayoría de los políticos que han tocado con mano el asunto han obrado con mayor o menor grado de incompetencia o desidia (en algunos casos señalados el grado podría catalogarse como "XL extreme"). Se demoraron los permisos de manera extravagante, se demoró la licitación, se demoraron las obras, y cuando por fin se acometieron, se eligió rigurosamente para su realización la temporada alta, descartando de forma surrealista los meses invernales , martirizando con ello a los vecinos (en verano, se tienen abiertas las ventanas y por ellas penetra el ruido y el polvo con pasmosa naturalidad) , a los comercios colindantes ( es difícil disfrutar de una morcilla de Burgos con un taladro entregado a su inquietante tarea a pocos metros de tu pabellón auditivo), y a los estupefactos turistas, que no caben en sí de gozo.

Me costó trabajo convencer a una cliente de mi restaurante (peligrosamente cercano al epicentro de este enorme sinsentido) de que la arenilla que encontró en sus almejas en salsa verde no era producto de una inadecuada limpieza del molusco, ya que las impurezas no provenían del fondo marino sino del vecino acantilado donde a las horas de comer suele intensificarse la desigual batalla entre el hombre y la tozuda naturaleza de las rocas.

El que posiblemente sea el más prestigioso restaurante del puerto de Mahón (S'Espigó), que queda para su desgracia adosado a la performance, y que no ha ganado su prestigio (como nadie por otra parte en estos lares) gracias a las ayudas institucionales, sino más bien a pesar de sus trabas, no acaba de dar crédito a la serie de avatares que se suceden sin interrupción en orden a eternizar las obras: los técnicos no dan pie con bola; la cagaron con el cemento (por dos veces consecutivas); la puerta de salida de la criatura da al único sitio posible que obliga a derribar el edificio colindante (y se dan cuenta cuando el ascensor está ya acabado), los que limpian el acantilado se dejan una roca sin quitar, los que deben inspeccionar el trabajo de los limpiadores de acantilados no lo hacen y los de las soluciones verticales se largan dejándose la cosa a medias; se paran los trabajos en espera de que vuelvan; se corre en julio y agosto, se para en septiembre, se retoma a contra reloj en mayo.

Me preguntan unos ingleses muy simpáticos que se han sentado en mi terraza en un momento pasajero de paz (a mitad de la comida se percataron de su error estratégico), me preguntan, digo, que si en España está permitido hacer obras en temporada turística. Les respondo que en España no sé, pero en el puerto de Mahón no sólo no está prohibido sino que al parecer es obligatorio, ya que no recuerdo el último julio o agosto libre de polvo y ruido a babor o estribor de mi posición estratégica en el frente.

En definitiva, la crónica del esperpéntico levantamiento de este ascensor sería tan cómica como una película de los hermanos Marx si no fuera porque está acarreando consecuencias demasiado onerosas (hacer las cosas con el culo suele acarrear malas consecuencias, y normalmente no para los administradores, que no tragan polvo y no les cuesta un euro, sino para los administrados que se comen el marrón con las dos manos).

La evolución inusitadamente demencial de los acontecimientos que atañen a esta infraestructura resultaría difícil de relatar con cierta apariencia de coherencia incluso para la experimentada señora Cospedal. Quisiera verla pronunciar para este caso un galimatías más creativo que aquel famosísimo en que intentaba explicar la lógica del singular contrato a futuros del fascinante Bárcenas.

Quienes esperamos como agua de Mayo la puesta en servicio de la criatura, rogamos humildemente que se compruebe ahora ( y no el día de la hipotética inauguración) si el motor funciona, si los tornillos están enroscados, si no se han oxidado los cables, si el ocupa que vivió allí no hizo obras; no vayamos a empezar la fiesta con nuevas emociones (de las que vamos ya tremendamente sobrados).