Toda persona tiene sus propias referencias que la atan a una tierra y a una tradición. Son sus anclajes culturales. Son esas referencias las que caracterizan una determinada forma de vivir o incluso de pensar y hacer. Nuestra patria es realmente nuestra infancia y el entorno en el que la vivimos. Son los recuerdos de esa infancia los que fundamentan nuestra vida.
Entre estos "anclajes" están, por ejemplo, los gastronómicos. Personalmente yo no puedo desligarme del recuerdo de los sabores de las calderetas de mi abuela, de los "puddings" de mi madre y de sus "coques de verdures", "des brossat" y de "s'arròs amb ciurons". No puedo despegarme de aquellos desayunos de "molls frescos" recién pescados del mar de Punta Prima, del olor al "oliaigu" auténtico. Tampoco olvido los olores del horno de Sa Rovada de Dalt donde mi madre llevaba a "coure es perols" y donde comprábamos "aquells cocs tan bons per fer sa beraneta".
Todos estos recuerdos forman parte de, en este caso, mi "yo" particular. Pero hay otras formas que también lo forman, que me identifican. Por ejemplo nuestra particular forma de comunicarnos. En Menorca siempre hemos estado muy apegados a nuestros localismos lingüísticos. Eso nos ha definido y diferenciado. El habla menorquina se ha ido formando y conformado a lo largo del tiempo siempre mediatizada por las influencias de los distintos cambios histórico-culturales que la isla ha padecido, sufrido o disfrutado (elijan Uds. mismos).Nuestra modalidad es el denominador común imprescindible para reconocernos a nosotros mismos. Lo que nos define. Como dicen los franceses "c'est pour ça" (es por eso) que la pérdida de esa identidad comunicativa tradicional (hablada y escrita) es un ataque frontal a nuestra cultura como sociedad diferenciada y un desprecio al legado de nuestros mayores.
Unos simples ejemplos. Decir en menorquín "ahir fosquet sa mamà va dur a coure un perol de patates amb tomàtics as forn des cap de cantó" es anímicamente distinto que decir, en catalán, "ahir a la tarda la màma portà a coure una llauna de patates amb tomàcats al forn de la cantonada". Son diferencias que marcan un mundo de personalidades y emociones distintas. Más. Permítanme unas líneas de un futuro librito mío ("Petites històries menorquines"):"S'altre dia m' en va succeir una de bona. Vaig conèixer a n' En Toniet que és un atl·lotot que fa de lampista. Però diuen que és un lampista de 'pa-en- fonteta' perquè tot lo que toca ho romp. Fot una empasta darrera s' altra. Ja l'han tret tres vegades de sa feina. A més a més xuma com un porc. Tots es dilluns fa tard a sa feina des ressacot que encara li dura (des gat de dissabte) i fins a mig matí quan es fot un bon 'talabisco' de pà amb camot no se li espasa. …."
¿No nos sentimos más identificados con estas palabras y expresiones (aquí utilizadas en tono costumbrista) que forman parte de nuestro bagaje cultural propio? Hablar y escribir en la forma menorquina nos sale de nuestro corazón (forma parte de nuestro yo) mientras que la forma estándar a la que ahora se nos obliga perturba aquella identidad.
"És sa llengu vs. la llengua". Muchos nos sentimos identificados con una forma pero no con la otra.
La forma hablada y escrita de un habla expresa pertenencia a un territorio y a un hecho cultural específico. Es la forma que tiene uno mismo de "referenciarse" a sí mismo y ante los otros. Si "rallam i escrivim menorquí" sabemos que formamos parte de un grupo determinado y que nos referimos a un hecho geográfico, cultural e histórico tasado, concreto y parcelado. Si "mos forcen a enraonar i escriure en catalá" nos diluimos en un mar lingüístico que nos desdibuja porque no cuadra con nuestra realidad existencial diaria.
Y ¿qué pasa cuando se prohíben (cuando no se usan, cuando no se enseñan) las expresiones que nos caracterizan? ¿Qué pasa cuando son proscritas en aras a imponer una uniformidad ajena? ¿Qué pasa cuando la presión ambiental educativa impide apoyarnos en nuestro 'anclaje cultural' menorquín? Pues pasa que se deteriora nuestra personalidad. Que se debilitan nuestros anclajes culturales y que se empobrece nuestro sentido de pertenencia. Pasa que la isla pierde su alma porque pierde sus ancestros comunicativos.
No creo que haya nada más miserable que prostituir el recuerdo de nuestros antepasados tildándoles de incultos por no haber utilizado formas lingüísticas que ahora algunos creen imprescindibles. El lenguaje lo conforma la gente, no lo imponen los filólogos. La traición a la historia siempre se paga con la decadencia. Ya lo estamos viendo en Menorca. Es urgente romper ya las cadenas que aprisionan nuestra personalidad.
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