Hay mucha literatura y alguna francamente barata sobre el vino, mucha nota de cata en las botellas, que si te paras a analizarlas, las más de las veces no son otra cosa que una reiteración de una reiteración reiterada sobre idénticas palabras mil veces repetidas. Desde mi punto de vista y de lo que yo pueda saber sobre vinos, algunas de ellas no pocas veces desafortunadas, pues más que causar un efecto positivo en un dubitativo comprador, deberían espantarlo definitivamente.
Ruego se detengan un instante en el siguiente ejemplo: cuando la botella contiene un vino tinto, lo más frecuente será que encontremos en la contra etiqueta lo de las frutas rojas o frutas negras de bosque. Frutas que a buen seguro, la inmensa mayoría de personas, ni ha visto ni ha probado en su vida. Por cierto, son escasas en los bosques españoles. Para que ustedes tengan razón de ello, les dejo una lista muy completa: arándano, calafate, endrina, frambuesa, fresa silvestre, mirto, muscadina, grosella silvestre, zarzamora, mora y nuez de Castilla. Los que perciben esas herencias gustativas en el vino de las frutas de bosque, ya les digo que tendrían serias dificultades para expresar los sabores de esas frutas por separado una por una.
A algunos nos les da ningún apuro el poner en una botella cosas como "paladar ligero con una acidez bien equilibrada" (y eso está bien), pero añaden "donde se combina la modernidad con la expresión de la tierra". Lo que es una sorprendente tontería. Fíjense en otro ejemplo, "la emoción sensual del trago goloso pero fresco, un baño de frutas tropicales, flores blancas y hierbas de monte", "¡Déu meu Senyor!". Flores blancas… ¿? Hierbas de monte… ¿qué hierbas de monte son esas? ¿Por qué en el monte será por hierbas? Y éste otro ejemplo, "frutas negras, dan paso a notas lácteas" ¡Pero almas de cántaro! ¿Lácteo, qué lácteo? ¿Queso, leche, yogur? Pero miren este otro mensaje: "es de los vinos que permanecen en el recuerdo como un beso a tiempo". ¡Olé y olé! Eso es una definición de cata de un vino y lo demás son tonterías. Aprecien este otro fragmento de literatura vinícola: "recuerdos a maderas nobles, tabaco, cuero, café, especies y cera de abeja". ¡Sí señor! y a berenjena al horno ¡No te digo! Pero de qué estamos hablando, de un vino o de la entrada de una abacería antigua o un almacén de coloniales.
Me parece como poco discutible el empeño en querer ser original cuando se trata de destacar ciertas cualidades de un vino, que ya sé que ciertamente pueden ser complejas, y por supuesto recordar sensaciones frutales con toques peculiarísimos. Pero digo yo ¿por qué resulta tan difícil? ¿Por qué está tan proscrito que un vino sepa a uvas que es al fin y al cabo de lo que están hechos los vinos? Un zumo de pera, huele y sabe a pera, y según de qué pera se trate, habrá unas herencias gustativas y olfativas diferentes. Un zumo de cualquier otra fruta sabe a la fruta de la que procede. El vino no es otra cosa que zumo de uva, que luego, con la manipulación y las distintas etapas de maduración o envejecimiento, cogerá sabores y aromas de las barricas donde haya estado, con sus taninos, aparte de la propia transformación de las levaduras vivas del propio caldo y aún otras sutilezas gustativas y olfativas, que se dan a partir de la fermentación del mosto, la aparición de azúcares y la consiguiente transformación en alcoholes, etc.; pero no al punto de desnaturalizarse tanto que acabe por ser un caldo que tomamos como si pudiéramos sorber un almacén de coloniales. O esa pluralidad o precisión de las flores blancas, y esa perla de la expresión de la tierra.
Una breve nota de cata, desde mi punto de vista, no debería exigir otro lenguaje que la honradez, la originalidad de una fantaseada literatura, cuando como en algunos casos ni siquiera guarda en puridad ninguna relación con el vino, sobra.
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