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Finalicé el pasado lunes comunicándoles el haber recibido un correo de Antonio Tudurí de Es Castell, residente en Barcelona. Dice así:

"S'àvia": Acabo de leer tu artículo sobre el lavado de la ropa. Muy bueno y espero la o las nuevas aportaciones. Esto me ha hecho recordar detalles olvidados.

Por fortuna mi casa tenía un amplio patio ("s'hort") con parras sembradas por mi abuelo en 1913, poco antes de su desaparición en el mar allá por las navidades de este mismo año. En esta casa había vivido la familia Manent Victori (la esposa de Ruiz y Pablo y su hermano el político republicano habían vivido ahí, no sé si también habían nacido en esta casa, calle de San Pedro - Ruiz y Pablo, antes 69 y ahora 77, esquina con la calle de Sa Font, con salida a la calle de Es Port, muy cerca de Es Moll d'en Pons.

Como te decía, había una dependencia parecida a la que has descrito en tu trabajo y, además en casa había pozo y cisterna, con lo que la disponibilidad del agua estaba garantizada. Además, teníamos una terracita donde se tendía la ropa lavada. El recuerdo al que me he referido es que, periódicamente, la ropa blanca, especialmente las sabanas, se llevaban al "llenagall" de Es Moll d'en Pons "i es passaven per la mar". No sé si para mejorar la albura o para desinfectar lo ya desinfectado. No tengo ni idea, pero conservo el recuerdo de esta acción de aclarar la ropa blanca. No recuerdo si después se volvía a aclarar en agua dulce, aunque sospecho que sí.

Toni, continúa escribiendo, dejándolo para otra ocasión. En estos momentos deseo iniciar la llegada de las lavadoras y de la corriente eléctrica.

La primera que vi, fue en 1957. De porcelana blanca por fuera y su interior recordaba a palanganas del mismo material, en azul pincelada en blanco. Un rótulo con la marca. Tedi. Se enchufaba a la corriente de 125. Hoy producirá risa, pero las de mi " anyada", recordarán que digo verdad. En la mayoría de casas, se les hacía una funda de tela, cubriéndola, llegando a formar parte del mobiliario del hogar, con su maceta o jarro de flores sobre la misma. Todo un detalle. Hoy parecerá exagerado, pero a finales de los cincuenta del pasado siglo, el no tener que restregar ropa sucia durante varias horas frente "as còsil" en invierno y en verano era un lujo. Tanto que una de mis vecinas, el día que sus hijos le regalaron una, decía: "Déu meu que sa lavadora no s'espanyi".

El de la motora de la Mola, mantenía contacto con Talleres Isleños S. A. (Taissa) de Barcelona; casa muy prestigiosa dedicada a la maquinaria agrícola, que llegaría a representar, introduciéndoles en la Isla los primeros motocultores e infinidad de adelantos en el mundo agrícola. Aquel verano, al visitarlos en la Feria de Muestras, se encontró que disponían de materiales diversos, entre ellos lavadoras, lo que hizo que no dudara ni un momento regresar con una para mi madre.

En casa ya se había hablado de ello, y en más de una ocasión nos habíamos parado frente a una de las ventanas, en la calle de la Infanta, en que el señor Victori, entre muebles, lámparas, máquinas de coser y ventiladores, exponía las novedosas máquinas.

La primera que vi fue la de Anita, esposa de Cosme Huguet. Mujer muy decidida que adquirió una, con la idea de negociar con la misma. Era de color blanco y de forma redonda, tal cual un bidón. Para Anita la cosa estaba hecha, la tendría pagada "en quatre dies". Efectivamente, así fue, la alquilaba por horas. Un éxito. "I un mal de cap", precisaba de un riguroso control, que si bien no era necesaria titulación alguna, ella lo controlaba cosiendo una hoja de papel en el calendario, anotando día y hora con la relación de las clientas que deseaban hacer la colada con la novedosa máquina. La trasladaban con un carrito que algún habilidoso le montó. Hoy lo compararía a un carrito de la compra.

Mi padre, siempre tan modernista, incitaba a mi madre a que la alquilara. Pero ella, la de Almería, "tocada i posada", no se avenía con la idea, enterada de que algunas familias la usaban para hacer "sa bogada de mort".

Por todo ello, al observar al mecánico de la motora, bajando la plancha del barco con el monumental cajón ayudado por el contramaestre, íntimo suyo, intuyó de qué se trataba, alegrándose. "I molt". Acto seguido, con uno de los carros de Ca'n Flausto, fue cargada y todo un éxito.

En su interior, venía el libro de instrucciones, que aún tengo, y una especie de libro de hojas de cartulina con la historia de las lavadoras, que dice:

Las primeras lavadoras fueron las redes de pescar. Antes de que existieran las lavadoras las personas se dieron cuenta de que el contacto del agua con la ropa podría servir para quitar las manchas. En los barcos, introducían las prendas en las redes de pescar y dejaban que el agua y las corrientes hicieran el resto.

La fórmula utilizada en los barcos sirvió como inspiración para la invención de una máquina dedicada al lavado. Las primeras lavadoras accionadas a mano hacían lo mismo. Se introducía presionando en un cilindro que permitía que pasara el agua y limpiaba la ropa.

A principio del siglo XX se utilizaba una caja de madera, donde pasaba el agua y limpiaba la ropa que se giraba con manivela.

En 1901 Alva Fisher invento la lavadora tal como se conoce ahora. Creó una maquina con un tambor. Coloco un motor que permitiese que girase. Dentro se colocaba el jabón. La única diferencia con la lavadora actual es que la ropa no salía escurrida sino que había que hacerlo después.

Con el tiempo introdujo algunas mejoras. A los nueve años en 1910 patentó el invento y consiguió que el tambor girase en los dos sentidos. Además, le colocó una puerta para que no saliese el agua. La llegada de la electricidad convirtió a la lavadora en un electrodoméstico imprescindible en los hogares.

Mientras tanto en nuestra ciudad, tal como ya escribí, las mujeres acudían a las norias, otras cargaban "es covo de roba bruta" y bajaban a lavar en el puerto. Es fácil imaginarlas arrodilladas en un cajón conocido como "rentador". Siendo pequeña tuve la oportunidad de ver uno colgado en el garaje del mecánico de la calle de Santa Catalina. Según he podido saber se depositaba en el suelo, evitando arrodillarse sobre la húmeda tierra o arena. Confesar que en aquellos momentos, ni entendía lo que me explicaban sobre su uso, y poco o nada me debía de importar, lo mío era jugar a madres y a hijas, pero sin dolores de cabeza de lavados, ni fregados, ni plancha, en fin una madre muy moderna sin preocupaciones de labores del hogar.

En aquellos tiempos nuestro Baixamar nada tenía que ver con el actual, ni era tan amplio. Los mahoneses no se habían atrevido a ir comiéndose la lámina del mar, ni tenía asfalto, éste estaba por descubrir, pero sí casi todo el litoral era arenoso, algunos dirían "era un platjal". De esta manera las sufridas lavanderas tenían fácil llegar a la orilla.

Me imagino que, sin leyes de ninguna clase, la ciudad se debía repartir por distritos. Según donde se vivía se iba a limpiar la ropa, mientras que las de la calle del Castillo y "rodol", lo hacían en Cala Figuera, las de mi barrio debían hacerlo frente a la fábrica del gas y cercanías, hasta llegar al café de la Marina, conocida aquella zona como la Consigna.

Es natural que se sufrieran tantos percances de mujeres y niños ahogados. El mar no tiene amigos, la subida de la marea, una caída, etc.

Disculpen mi interrupción, la lluvia amenaza y fuera cantidad de ropa tendida debe ser recogida.
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margarita.caules@gmail.com