Hace un tiempo escribía en esta misma columna sobre el lenguaje en política y sobre los eufemismos que utilizaban para su conveniencia.
Hoy, con la crisis en plena efervescencia, el lenguaje también es importante para enmascarar ciertas actitudes. Así por ejemplo, la palabra flexibilidad ha cobrado un nuevo significado después de la reforma laboral, y su acepción puede parecer buena o mala dependiendo de quien la esté usando (el gobierno o los sindicatos). La palabra en sí no tiene un valor negativo (incluso al contrario), pero en el actual marco de crisis esta palabra enmascara un futuro negro para quien la recibe, y se utiliza para atenuar actitudes por parte de las personas que tienen que llevarlas a cabo.
También es fruto de la crisis la palabra emprendedor. Al parecer la palabra empresario, o incluso el autónomo de toda la vida, ya no es suficiente, ahora hay que ser "emprendedor", y además ligado a ese "espíritu" que hace parecer a cualquiera una persona resolutiva, identificando esas palabras con una persona aventurera que descubre nuevas formas de hacer las cosas. Utilizan el adjetivo como sustantivo para poner esta actividad como modelo de una nueva sociedad, en la que los trabajadores por cuenta ajena ya no son valorados porque no aportan ideas brillantes y empresas novedosas merecedoras de salir en la televisión por su originalidad.
Son palabras desgastadas por su repetición, que producen cansancio solo oírlas. Los eufemismos no ayudan a una sociedad madura que necesita oír las palabras justas y adecuadas, y los medios de comunicación no deberían abusar de ellas.
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