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El mundo del cine, que siempre se retroalimenta, preocupado ahora por el IVA del 21 por ciento, suele aprovechar la entrega de los premios Goya para mirar por la ventana al exterior y mostrarse especialmente reivindicativo. A mí no me molesta, al contrario me gusta que en lugar de "hablar de mi libro" se preocupen por los problemas de la sociedad y muestren su perfil más solidario. De todas formas, la imagen cruje. Es la fiesta del glamour, donde las mujeres exhiben los vestidos de los grandes diseñadores, que no exponen en Zara, precisamente, y los hombres se asocian al esmoquin. Nadie diría que la crisis planea por el teatro, si no fuera porque las artistas, levantándose sobre su bata de cola, tienen un recuerdo para los desahuciados, para los que viven al borde del precipicio.

Seguramente lo dicen porque lo sienten así y puede que fuera del teatro estén comprometidos con alguna causa solidaria. Sin embargo, la imagen, nunca mejor dicho, importa más que las palabras.

Un colectivo tan solidario no puede limitarse a criticar al Gobierno y al ministro de Educación. Además de las actitudes personales, que no merecen más que un aplauso, de forma colectiva, como "mundo del cine" deberían hacer algún gesto real, contable, a favor de los más pobres. O callarse. ¿Cuánto ha costado la fiesta glamourosa de los Goya? No solo el coste de organización, sino también la inversión personal de participación. Estamos para fiestas. Hace falta una sonrisa, pero si se trata de exhibir solidaridad, que sea auténtica, real, contable.

Aunque se trate de una gala del mundo del cine, de la fantasía, de la imaginación, los directores deberían mejorar el enfoque para conseguir que la imagen sea verídica para que realmente se base en una historia real.