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Este 2012 ha sido un año muy malo y para mucha gente. Para los españoles francamente malo, por no querer decir malísimo, y es lo que tienen los años malos, que cuando vienen de un mal venir, están dispuestos en sus flaquezas a demostrarnos que no hay nada que esté mal que aún no pueda estar peor. Menos mal que por fin, estamos consiguiendo acabar con él, aunque el que vamos a empezar nos va a seguir tocando una vez más, plantarle cara juntos, espalda con espalda, y tirar juntos… digo juntos, hacia delante, echando una mano solidaria a los que lo estén pasando peor. Levantar la cabeza y con ella la mirada para agradecer lo que antes ni siquiera éramos capaces de ver, porque siempre hubo árboles que no nos han dejado ver el bosque. Debemos abrir de par en par el ventanuco del alma, aspirar la brisa salina y virgen del amanecer, cuando por las estrechas callejuelas de los pueblos de mi tierra, el alba se llena de promesas por cumplir ante un nuevo día que Dios nos regala.

Tratar de entender en la inocente mirada de un niño la ternura de una vida por vivir, y tener presente que de su legado, somos nosotros los testaferros, los que debemos velar por la naturaleza de una tierra que mañana será suya; una naturaleza que tenemos que tratar entre todos de no seguir maltratando.

Tenemos que tener momentos donde coger las huesudas y gastadas manos de la ancianidad entre nuestras manos, para transmitirles cercanía, calor humano, amor y gratitud a nuestros abuelos, que lo pasaron tan mal en su juventud, con aquella sinrazón de dirimir nuestras razones a garrotazos, y aún después, cuando en España sobraron tantas víctimas y tantos verdugos durante aquellos años que parecían no terminar nunca. Y ahora, quién se lo iba a decir a ellos, en el umbral de sus vidas de sobresaltos, cuando por fin parecía que los años venían con un pan debajo de las hojas del calendario, otra vez han aparecido como salidos de una pesadilla los negros nubarrones de la miseria, que a tantos paisanos, en este caso ya de todas las edades, les está llevando de nuevo a la forzada gratitud de un plato de sopa; gratitud hacia quienes por ventura, socorren hambres ajenas.

A esos abuelos, a nuestros abuelos, nuestro cariño y consideración, porque ellos son el ejemplo vivo que ha de servirnos para tener fe en nuestra capacidad de vencer juntos cualquier dificultad, aunque fueran siete veces siete, los años de vacas famélicas y escuálidas.