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Quizá sea una estúpida ingenuidad plantearme la consideración de que el ministro de Educación, José Ignacio Wert, o el conseller del ramo en Balears, Rafael Bosch, no quieren que se fomente la ignorancia entre los alumnos de este país o que estos crezcan aborregados. Quiero pensar que ambos políticos son firmes partidarios de que las aulas se llenen de estudiantes espabilados y bien formados, cuantos más mejor.

Viene a cuento esta introducción a raíz de una reciente carta firmada por un numeroso grupo de profesores de Ciencias Sociales de los institutos públicos de Menorca. A propósito de la réplica que efectúan a unas controvertidas manifestaciones del delegado insular de Educación, Julián Hernández, quiero subrayar y suscribir plenamente buena parte de los puntos expuestos en la misiva. Una adhesión personal motivada por coincidir en una premisa que juzgo básica para la convivencia social: la educación ha de servir siempre para formar ciudadanos con espíritu crítico.

Es reconfortante desde luego que el citado colectivo de profesores recuerde "la llibertat que ha de tenir el docent per formar ciutadans amb esperit crític tal com ens indiquen les normatives vigents". O que rechace la acusación de "fer política, com si això fos una cosa que no es pot fer a l'escola. Recordem -añaden los profesores firmantes- que l'escola és el lloc de socialització dels futurs ciutadans i on han d'aprendre què és la política, com es du a terme, sobretot en democràcies com les que afortunadament ells gaudeixen i de les quals un dia ells hauran de ser els protagonistes defensant-les, participant en tots els processos democràtics de la societat on viuen".

Es igualmente alentador que el grupo de profesores de Ciencias Sociales se apoye en las directrices de un decreto de la Conselleria d'Educació para recordar a Julián Hernández y a la opinión pública menorquina que en su labor docente figura, entre otros objetivos, el dar a conocer a los alumnos "el funcionament de les societats democràtiques, apreciant els seus valors i bases fonamentals, així com els drets i llibertats com un èxit irrenunciable i una condició necessària per a la pau, denunciant actituds i situacions discriminatòries i injustes i mostrant-se solidari amb els pobles, grups socials i persones privats dels seus drets o dels recursos econòmics necessaris...".

Formar alumnos y ciudadanos con espíritu crítico. Es una acción vital para fortalecer la democracia, gobierne la izquierda o la derecha. La crítica política siempre ha tenido cabida en las aulas más concienciadas, le incomode o no al gobierno de turno. No tienen sentido por tanto los burdos intentos de disfrazar la realidad. Ni es de recibo querer programar adrede unos retrocesos para situar de nuevo a la educación en los años del franquismo.

Al respecto, permítanme reseñar un hecho ilustrativo de cómo actuaba la dictadura en relación a las universidades. Hace más de cuarenta años, en febrero de 1972, el entonces ministro de Educación, José Luis Villar Palasí, reunió a los directores de los medios informativos de Madrid para lanzarles la siguiente advertencia: "La Universidad es la primera en padecer la subversión según hemos constatado en la Junta de Universidades. De los setecientos estudiantes más o menos definidos como subversivos, el 95 por ciento pertenecen a la clase burguesa alta. Es una subversión que, consciente o inconscientemente, ustedes alientan. Si ustedes no publicaran nada, la subversión se acababa en diez días. ¿No estaremos fomentando una hoguera y aventándola? ¿No estará la prensa aireando unos temas para no hablar de otros?". Villar Palasí abogaba por la política del silencio, lo cual por cierto entraba en contradicción con la actitud que mantenía el ministro de Información, Alfredo Sánchez Bella, partidario de ejercer una política informativa diáfana. La propuesta de Villar Palasí fracasó.

Formar alumnos y ciudadanos con espíritu crítico. Bien está que la crítica política continúe estando presente en institutos y universidades. Es un signo de vitalidad democrática que no acepta naturalmente la imposición de un Estado represivo. La crítica política siempre ha gozado de buena salud. Ya pudo comprobarse en los años 60 y 70, en plena dictadura franquista. De modo que hoy, con la democracia madura y bien asentada, sería esperpéntico querer levantar muros de silencio y de estricta sumisión a los designios de los actuales gobernantes. Oponerse a las protestas y manifestaciones que llevan a cabo alumnos, profesores y padres contra los recortes en educación puede acarrear graves consecuencias políticas.