Menuda decepción. Ni tsunami gigantesco, ni terremoto devastador, ni lluvia de meteoritos. Ni un triste apagón de luz. Los Mayas nos han vacilado y, si escuchamos en silencio, oiremos como se parten la caja desde sus milenarias tumbas donde sea que les pillase su particular fin del mundo. La verdad es que navegando por la red me lo he pasado en grande descubriendo cómo malgastaban sus últimos días algunos de los inocentes que se han tragado toda esta farsa o analizando las diferentes teorías de los iluminados que estaban convencidas de que ayer sufriríamos el gran apagón.
Se me ha ocurrido una broma que puede resultar un auténtico éxito si colaboramos todos juntos. Nos reunimos cuatro o cinco descerebrados que tengamos un poco de imaginación, nos pegamos un atracón de esos de escándalo con sus 'herbes dolces' y cuando estemos etílicamente inspirados diseñamos un nuevo calendario del fin del mundo a la menorquina. El truco está en que tenemos que fijar una fecha que sea remota, como por ejemplo el 2 de febrero de 2222. Yo calculo que habrá suficiente margen como para que los robots que estamos diseñando hayan adquirido bastante autonomía como para rebelarse y apoderarse del mundo enviándonos a los supervivientes a malvivir en cuevas. Un poco como en la película 'Terminator'.
Quizás sería una buena forma de recuperar turistas porque a las ruinas Maya no les va nada mal. Nosotros podemos aprovechar Sa Naveta des Tudons o sa Taula de Torralba, para molestar lo mínimo. Ahí podemos dejar el manuscrito con las instrucciones para el fin del mundo junto con una copia de la canción del odioso Gang Style para que cuando lo encuentren sufran lo que sufrimos nosotros. Con un pelín de suerte a los seres humanos del 2222 se nos habrá pasado lo de ser tan tontitos.
En realidad, a mi me parece que lo del fin del mundo empezó así. Dos Mayas que no tenían nada mejor que hacer y decidieron sacarse de la manga un apocalipsis después de pasarse toda una tarde fumando cacao. Colocados hasta las cejas, decidieron una fecha y se sentaron a esperar. Mientras, nos imaginaban preocupados o recolectando víveres. En lugar de eso estábamos idiotizados delante de unos aparatejos actualizando nuestro perfil en las redes sociales para que a todo el mundo les quedase claro que, tras el del año 2000, hemos sobrevivido a otro apocalipsis. Somos supervivientes natos.
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