Así que mejor cambiar de rumbo para contar una especie de cuento de hadas, una visita que acabo de realizar, cincuenta años después y gracias a la amabilidad de su actual inquilina, a la casa donde nací y viví mi infancia y parte de la adolescencia.
Porque fue realmente mágico entrar de nuevo en la vieja pero esmeradamente cuidada casona de Es Carrer de ses Moreres. Lo que hasta entonces no era más que una foto fija de colores desvaídos en la memoria tomó vida de repente, como si hubiera pasado del pause al play. Me sentí traspasado por una excitante jovialidad. Vamos, que el director de aquella película que empezaba a desarrollarse en el umbral de mi antiguo hogar no era un adolescente de la vejez con lágrima floja sino el propio niño que había vivido la historia. Los personajes tomaron vida, su bicicleta, mi bicicleta volvía a estar allí bajo la majestuosa escalera en la que repito una vieja fotografía, esta vez acompañado de mi nieta. El gato Dumbo volvía escaparse atemorizado por si le prendía una pinza de ropa en la cola, mi madre trasegaba en la cocina, los pacientes de mi padre, sentados en la entrada, me hacían zalamerías…
Luz, cámara, acción. Ahí está otra vez el niño mirando embobado cómo su padre, su ídolo, se embadurna la cara con una brocha, para deslizar luego por sus mejillas nevadas aquella inquietante navaja que tejía y destejía surcos y caminos de madurez. Vuelve a ver la habitación donde llegó al mundo y donde pasaba las fiebres observando fantasmales sombras chinescas, el gran salón del primer piso desde cuyas ventanas veían pasar desfiles y procesiones, y finalmente el porche donde ocurría cada año por estas fechas el milagro de la materialización del belén en una mesa hecha con listones y papel azul como bóveda celeste en la que refulgía la estrella de los Reyes Magos. Se ve también con su padre, días antes, recogiendo verdet del Hort de Sant Joan (¿nos multarían hoy día?), para flanquear el río de papel de plata…
Ahora que algunos iluminados (¿oscurecidos?) proponen la abolición de los belenes y "demás simbología religiosa" pienso, bien al contrario que, tal como está el mundo y más allá de creencias o increencias, es más necesario que nunca mantener vínculos sentimentales con un pasado más amable, como los que he reforzado esta mañana sabatina, y como el que engarzaré el lunes cuando recoja verdet con mi nieta, y que nos pueden ayudar a sobrellevar la creciente (galopante) fealdad del mundo actual. Y habrá también árbol. Y Papá Noël. Y gnomos. Y lo que haga falta para sonreír.
16-XII-12
Paseo por el puerto. Aún levitando en el acontecimiento nostálgico de ayer, levanto la vista hacia la cuesta de Cala Figuera como hacía de niño, cuando esperaba, expectante, ver aparecer el coche de mi padre bajándome el último ejemplar del Capitán Trueno, y el encantamiento salta en mil pedazos : ¿Dónde c. está mi Punta des Rellotge? ¿Cómo se han atrevido? ¿Cómo lo han permitido?
Un viejo amigo y correligionario en amor a la madre de todos los puertos cabecea, tristemente resignado, ante la implacable y cruel amputación del paisaje de nuestras vidas.
17-XII-12
Vuelta a la normalidad. Acudo al trabajo aún traumatizado por la volatilización de la histórica punta y una cosa me lleva a la otra: Y es que estamos en plena regresión. Nos están desmochando, además del paisaje, el bosque de los avances sociales y culturales de las últimas décadas. ¿Cuántos años hemos retrocedido últimamente en nivel de vida, derechos sociales, proyectos educativo y científico? ¿Treinta, cincuenta años?
Hablando de regresiones, ¿de dónde ha salido ese Carlos Delgado, conseller de ( con ) los huevos en la cabeza, depredador cinegético y de territorio?
18-XII-12
Ya sabemos que jamás un candidato a la presidencia de Estados Unidos confesaría su ateísmo, sería un suicidio político. También sabemos que ningún presidente cuestionaría el derecho a tener y usar armas de fuego. ¿Ninguno? ¿Acaso no ha llegado el momento de que Barack Obama rompa el tabú y se proponga decididamente regular tamaño disparate?
19-XII-12
Preparo un viaje a Madrid practicando ante el espejo algunos ejercicios de erradicación de "la cosa". Sí, no quiero que los ciudadanos de la Villa et Corte me pillen en un renuncio y aprovechen un descuido lingüístico para llamarme "polaco" y mandarme al gabinete Wert para una sesión de reeducación. Así que atención, no debo decir:
No sé si podré ir. Ya te diré cosa.
Noto cosa en la garganta.
¿Que te haría cosa que fuera a cenar a tu casa?
¿Cuándo echáis a esa cosa de Mourinho?
Y así, de cosa en cosa hasta final de año. Bueno y, claro está, Feliz Navidad y Próspero (?) Año Nuevo a todos. Ya os diré cosa después de fiestas.
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