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No sé ustedes, pero yo he tomado la determinación de no rascar, no porque no sienta picor o no me pique la curiosidad, es que el rascar me causa temor y desasosiego. Y es que la suciedad se encuentra cada vez más cerca de la superficie tanto que, basta un simple arañazo para que aparezca. Nuestra piel de toro, de la que todos formamos parte nos guste más o menos, está cubierta de ladillas, miles de ladillas, de viles chupópteros que no descansan ni de día ni de noche. Si los buscadores de oro del antiguo oeste americano lo hubieran tenido tan fácil como nosotros, se habrían puesto las botas de pepitas de oro , sin haber pasado tanta penuria y sin tener que haber llegado a cargarse unos a otros a pistoletazo limpio. Deberíamos subvencionar a algún cerebrillo de los que quedan por aquí y antes de que se largue al extranjero, con el fin de que busque alguna fórmula capaz de borrar esa imagen nuestra que se tiene más allá de nuestras fronteras, decirles a los demás que, a pesar de nuestros defectos, no somos imbéciles del todo y que ya estamos hartos de que se nos tome por primos o pitos del sereno, que no nos gusta ni nos merecemos que constantemente se cachondeen de nosotros. Tengo un grano de arena en el ojo y me molesta un montón.