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He pensado que, mientras duren estos húmedos calores, bueno y saludable sería hablar, recordar los cortes. No los cortes de manga ni esos que te propinan algunos de esos caritativos individuos en los que has puesto toda tu confianza y que luego te salen por peteneras. Los cortes a los que me refiero son los helados, los de fresa, chocolate y un sinfín de sabores más. De esos ya no hay tantos, los superan los de manga porque tal vez juegan con la ventaja del tiempo, están presentes en todas las estaciones del año. Ahora ya no hay cortes en las heladerías, esos que el heladero te marcaba con su enorme cuchillo y cuyo coste estaba relacionado con el grueso. Ahora privan los cornets, de cabida fija, menos complicado, más manejable cuando tienes que lamerlo pero con el inconveniente de que la deslizante gotita siempre es más traicionera. Si quieres un corte ahora tienes que comprarte la barra entera, llevarte un paquete de cuadradas galletas y hacer de heladero en casa. Sin embargo y para los nostálgicos del pasar la lengua por los cuatro costados de un buen "frigo", que así se le llamaba a la pieza en cuestión, tienes que llegarte a "Mateo", hijo de un cántabro y que continúa con la tradición de su padre en las formas y sabores. Un molde cuadrado con su empuñadura, galleta dentro, nivel de capacidad al gusto y bolsillo, paletada de helado, otra galleta como tapa, empujoncito de palanca hacia arriba y listo. Estos sencillos pasos que parecen casi de baile, encierran filosofías de vida y costumbres que bien valen la pena conservar. Tengo un grano de arena en el ojo y me molesta un montón.