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Sucedió en un acto público presidido por el Rey. Sobre la mesa el teléfono móvil de una ministra, que por motivos que no hacen al caso, se había ausentado unos minutos. En esas sonó su teléfono, el Rey lo cogió y dijo: "la señora ministra no puede ponerse, porque está reunida con el Rey".

No seré yo quien cuestione la demostrada utilidad de los teléfonos móviles, pero también hay que decir, que en ocasiones pueden ser una verdadera pesadilla. Más que nada, por lo indiscretos, inoportunos, alcahuetes, chivatos e irreverentes que llegan a ponerse, con sus politonos chillones, tantas veces huérfanos de buen gusto, muy capaces de dar la nota en los sitios y momentos más inoportunos.

A la sazón estaba un servidor de ustedes en un funeral por la muerte de un personaje muy principal, y dio la puñetera casualidad de que cuando el sacerdote dirigiéndose al público asistente, refiriéndose al finado, empezó diciendo: "sobre todas las cosas amó a España", cuando sonó el politono de un móvil con el estribillo de…¡qué viva España!, por eso canto esta canción, etc. etc. Un papelón oiga, pues no era el sitio ni momento para la carcajada pero doy fe que las hubo y no pocas.

Un caso mucho más curioso e igual o más de inoportuno, fue el de un difunto de cuerpo presente ante el altar de la iglesia de su pueblo, cuando sonó un móvil. La irreverente musiquilla salía de dentro del ataúd. Todos se miraban sin saber qué hacer; algunos, de nervio nervioso, atacados de ese mal de la superstición, se persignaron. Otros estuvieron a punto de salir corriendo, y todo fue que tal hecho vino a suceder, porque a nadie se le ocurrió mirar en los bolsillos de la chaqueta de difunto con que le vistieron, donde justamente llevaba el móvil. La llamada procedía de un amigo de Barcelona. Lo supieron cuando al final, uno de los presentes que tenía por mejor oficio la normalidad, levantó la tapa del ataúd.

Personalmente me causa desazón, me descompone, porque me parece lamentable que si estamos reunidos cuatro o cinco personas en una misma mesa de un restaurante a comer, no tengamos la precaución de dejar mudo a la "chicharra", por lo menos el tiempo que dure la comida. Por el contrario, al lado de los cubiertos, aparece el móvil de cada cual, a veces hasta dos. Y, cuando suena uno de esos aparatitos con su estridente musiquilla, el dueño de la jodida chicharra, se levanta y se aleja unos metros, dejando como flotando en el ambiente, que los demás no somos de fiar para escuchar lo que allí se diga.

Otras veces va uno por la calle, delante va otro dándole voces a un teléfono: "Tu familia… ja, ja, ja, no me hagas reír. Unos muertos de hambre son lo que son, unos comemierda, ¡anda yaaaa y que te den!

Otra muy acalorada y sofocada le decía a un móvil: "Que sí, que sí, que estoy embarazada" -una pausa para escuchar- y otra vez dando voces y tres cuartos al pregonero ¨: "¿Qué tu mujer no debe saberlo? Pues tú verás, porque algo tendrás que hacer, vaya lío, vaya lío, vaya lío".

Otro caso de los que van hablando por la calle como si fueran solos: "Madre mía, tío, no veas, tío, acabo de dejar el coche de mi padre hecho un acordeón, tío – pausa- que sí, tío – pausa- mi padre me mata, tío".

A todo esto, ni se pueden ustedes imaginar los millones que cuestan las conversaciones continuas de nuestros hijos por la chicharra. Una verdadera sangría mensual.
En fin, útiles sí que son, pero también pueden llegar a ser un engorro en nuestra vida, y no digamos si la prójima o el prójimo, andan hurgando en busca de algún mensaje clandestino. A muchas parejas las ha separado un móvil.