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A pesar de los años transcurridos, aún sigue vivo en mí el recuerdo de la primera edición de la regata Panerai. En aquella ocasión la prensa local se hizo eco del acontecimiento deportivo dándole un tratamiento un tanto singular: la única referencia significativa por tamaño y acompañamiento gráfico consistió en un reportaje que recogía las mofas con que un empresario de la zona resumía el evento: "pues yo no he vendido ni una botella de champagne", declaraba el visionario. Aquella sandez me quedó grabada en el departamento de perlas naif. En lugar de volcarse todos, la prensa local, el ayuntamiento y los empresarios en colaborar para que el festivo evento se consolidara en nuestro puerto; en vez de agradecer a los organizadores el haber traído a casa un museo naval de una belleza impresionante; en vez de aplaudir una iniciativa tan brillante y que tanto dinero y placer estético han dado desde entonces al puerto, y por consiguiente a la ciudad, la actitud que tomaron muchos fue el desdén mayestático.

Me quedé entonces con las ganas de explicarle al desconocido empresario (la información no precisaba el nombre del establecimiento aludido) que el dar por sentado que la gente adinerada sufre el estigma de la estupidez puede suponer un error de bulto bastante llamativo; que quizás muy al contrario sea precisamente la avispada mirada de muchos de ellos la que les haya proporcionado el acceso a los recursos que atesoran o conservan.

Desde esta perspectiva, un rico (permítaseme llamarles por la forma más vulgar- en todos los sentidos- por la que solemos referirnos a ellos) puede pagar con gusto una botella de Champagne a un precio elevado en un sitio glamuroso, o un amarre de coste desorbitado en Porto Cervo, y sin embargo hacerle ascos a adquirir cualquier tipo de vino en un establecimiento cubierto por una ostensible manita de caspa o rechazar el coste de un amarre en un puerto que carece de los servicios más elementales. Las tomaduras de pelo, en definitiva no suelen encajar demasiado bien en el modus vivendi de esta clase social que tantos quebraderos de cabeza (y a veces algo de cash) nos suele producir al resto de los mortales.

Mi agradecimiento a todos los que hacen posible la regata. Una nueva edición de la Panerai se materializa ante nuestras narices. A ver si espabilamos.