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Al final lo comprendió… Se quedó entonces solo con su terror…
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Estaban todos. O casi. Le llamó la atención que hablaran bien de él. Sería –se dijo- un nuevo acto de pelotería. Le odiaban. Eso lo sabía a ciencia cierta. Incluso su mujer, incluso sus propios hijos. Tenían hoy acentuado su inalterado e inalterable aspecto de aves carroñeras. Iban a por lo mismo. ¿Él un buen hombre? ¿Él un esposo fiel? ¿Él un magnífico padre y mejor abuelo? Eso susurraban… "¡Estúpidos!" –se dijo para sus adentros–. Contó, a tenor de esas caritativas palabras que le llegaban, el número de sus amantes; los actos de sadismo para con su prole; las personas a las que había cercenado para acrecentar su imperio; las vidas que había quebrado de manera más o menos directa… La fiesta era aburrida… Muy aburrida… ¿Qué celebraban? Lo había olvidado…

Probablemente un cumpleaños, el aniversario de cualquier chorrada… "¿Cuántos años tendría el mayor?" –se preguntó–. Podría pedírselo a Amanda, su mujer, pero no estaba dispuesto a que le obsequiara con una de sus iteradas miradas de desprecio y asco…

Sentía frío… "Siempre abusan del aire acondicionado". Alguien apuntó que era un empresario ejemplar, hecho a sí mismo… Odiaba la vacuidad de las frases hechas. Su nieta intentaba depositar en uno de sus bolsillos uno de sus dibujos, entre sollozos, pero no se lo permitían… ¿Era ella la única por la que aún sentía algo? ¿Por qué no la dejarían? Mientras, seguían los actos de pelotería… Un capullo exclamaba que sus acciones siempre se habían dejado guiar por la moral y la ética… "¡Cuánto lameculos!" Aburrido, se divirtió pensando en las amistades rotas, en las gentes dañadas, en su imparable ascensión a costa de terceros… Su nieta intentaba, nueva e inútilmente, hacerle llegar su dibujo…
Intentó decirle algo… Y entonces lo comprendió todo…
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Comprendió la razón por la que no podía hablar; la razón por la que no podía mover su temido dedo índice; la razón por la que su nieta no podía meterle en el bolsillo de su chaqueta su dibujo; la razón por la que sentía tanto frío; la razón por la que todos iban de negro; la razón por la que la estancia estaba repleta de coronas; la razón por la que se celebraba aquella extraña reunión… Oyó una última frase: "Al fin y al cabo uno no puede llevarse nada…" Las voces se fueron desvaneciendo lentamente y se quedó solo con su terror. Antes del final último únicamente tuvo tiempo para un anhelo: el de que todos aquellos halagos hubieran sido realmente merecidos. Pero era ya tarde…