ocí a Pepe Vega Ossorio (Mérida, 1945) en Las Navas, los montes comunales de Herrera del Duque, en la provincia de Badajoz, al incorporarme a un grupo de caza donde él llevaba mucho tiempo. Al principio empecé a cazar allí sin pena ni gloria, saludando a mis compañeros como saluda cualquier recién incorporado a un grupo hecho de muchos años, en el que todos se conocen. Pero un día, en el que nos tocaba cazar El Cabezo, una mancha de auténtico lujo en el coto, me correspondió por sorteo un puesto colindante con el de Pepe Vega Ossorio, que como era habitual cazaba acompañado de sus hijas, Verónica y Elena. Eran puestos en el sopié, con un tiradero amplio entre nosotros y un arroyo delante, que como había llovido mucho iba hasta los topes de agua. Pepe tiró a un venado que acabó en el río. Al acabar la montería lo pisteamos y allí estaba, metido en agua hasta el cuello pero todavía vivo. Al vernos, escapó riachuelo abajo y en aquel momento le dije a Pepe que dejara tirar a su hija Verónica, entonces jovencísima y principiante en estas lides; Verónica cogió el rifle, pero no se atrevió a disparar, a pesar de mi insistencia, tanto por la propia situación del animal herido como por el miedo a que luego le hiciésemos 'novia', en el lenguaje montero. El caso es que estuvimos un buen rato en ese lance, el venado al final se cobró y ahí, precisamente ahí, se inició una amistad estrecha que dura años. A esa amistad inicial con Pepe se incorporó de inmediato su inseparable hermano Antonio, compañero de tantas monterías, y desde entonces puedo decir con orgullo y con cariño que tengo dos magníficos amigos, y que ambos son excelentes personas.
Cuando conoces a alguien, te vas interesando por él y por lo que hace, y cuando esa persona es pintor lo lógico y lo normal es que conozcas su pintura y, si te gusta, la vayas apreciando más, a medida que la vas conociendo. Y éso es lo que me pasó a mí con la pintura de Pepe. Empecé a verla, empecé a conocerla y empecé a disfrutarla. Y en mis distintas razzias a su estudio fui escogiendo algunas piezas a mi juicio definitivas. Una de ellas es una magnífica vista de Toledo.
Conquistada por los romanos casi doscientos años antes de Cristo, convertida en residencia de sus reyes por los godos setecientos años después, dos siglos más tarde pasa a ser una de las cinco capitales de la España árabe hasta ser la capital de Castilla y el cogollo del respeto y la convivencia entre las culturas judía, cristiana e islámica. Luego decayó y desde 1986 es patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Porque Toledo es como un museo al aire libre, con sus casas medievales, su muralla, el Alcázar en lo más alto, la Academia de Infantería -de donde salí Alférez de complemento-, la torre de la catedral y la garganta del río Tajo. Enamora a pintores desde siempre y Pepe ha pasado muchas horas contemplándolo desde lejos para plasmarlo en un cuadro que es una de sus obras maestras. También la pintó El Greco, tras instalarse allí en 1577, cuando la ciudad ya había perdido su importancia política y podía reconcentrarse en el misticismo que inspira y se desprende de sus pinturas. Su "Vista de Toledo" (óleo sobre lienzo; 121 x 109 cm.), colgado en el Metropolitan Museum de Nueva York: de estilo manierista, representa la ciudad de Toledo como un paisaje, algo extraño en la época fuera de los mercados italiano o flamenco, lo que permite considerar a El Greco como el primer paisajista de la historia del arte español. Destacan el Alcázar, el puente de Alcántara, el castillo de San Servando, la catedral, y el maravilloso cielo surcado de nubes grisáceas que presagian tormenta -por eso algunos la conocen como "Toledo in a Storm"- e iluminan dramáticamente la silueta de los edificios. Contrastes y tonalidades verdes, azules y grises que convierten esta obra en mágica y la sitúan, junto a "La noche estrellada" de Vincent van Gogh y algunos paisajes de Joseph Turner, entre las mejores representaciones del cielo en el arte occidental.
El Toledo de Vega Ossorio es impresionante y muy silencioso, pero cuando lo miras parece que un rumor sale de las casas y de las callejas representadas, un sottovoce de gargantas escondidas tras la muralla o recogidas en las iglesias que, por respeto, no quieren perturbar la paz que desprende la obra. Una obra muy trabajada, que ves mejor cuanto más te alejas, pues al acercarte la pincelada se difumina, los contornos se relajan y pierden la definición que se recupera con el simple hecho de dar unos pasos hacia atrás.
Intemporalidad, discreción, vitalidad, equilibrio, blancos, claroscuros y penumbras, se dice que la pintura de Vega Ossorio está hecha de destellos de luz y de color en la oscuridad; yo creo que es un pintor más de claroscuros que de colores complementarios, a medio camino de los dos extremos, aunque incorpora muchos acentos de color que producen estupendas vibraciones cromáticas. Pinceladas con alma, llenas de veladuras, de manchas de color soberbias, de espacios oscuros que atenazan la luz; sacrificio de contrastes para generar atmósferas muy sugerentes: bodegones en claros con colores matizados con blanco; blancos nítidos y trasparentes frente a cuadros en gamas más oscuras y colores densos; temática amplia consecuencia de una evolución profunda y coherente.
Diploma de Honor de la I Bienal de Extremadura, en 1964; Premio Blanco y Negro en 1980; Medalla de Honor del Premio Condesa de Barcelona en 1982; Premio de Paisaje Ortega Muñoz en 1983; Premio Nacional de Guadalajara en 1985; Premio BMW de Pintura en 1986, etc.
Pintor muy exigente consigo mismo, conocedor del oficio, nada amigo hoy de exponer, en su obra traduce la tensión dramática de sus propios sentimientos: contrastes del color, utilización de la luz, contención de una paleta densa, sobria y armoniosa, productora de bandas cromáticas en distintos planos velados por la abstracción, fruto todo ello de la apasionada vocación del artista y de su fuerza creadora.
Normalmente utiliza óleo sobre tabla y sobre lienzo pero también, sobre todo en los formatos pequeños y apuntes, el temple o gouache que luego barniza para proteger la obra, lo que produce una textura muy peculiar. A veces acaricia suavemente el pincel cargado de materia sobre la superficie y deja vislumbrar las capas inferiores, y en otras ocasiones empasta con la espátula y el pincel; procedimiento complejo de superposición de capas que da como resultado una superficie con muchas calidades y, a la vez, muy armónica.
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