En otros tiempos, cuando recorría aquel Baixamar junto a un grupo de chiquillos veraneantes del lugar, era obligada la parada junto a los que pacientemente pescaban, preguntando siempre lo mismo, ¿que pican? La respuesta solía ser decantar un sucio trapo que a modo de tapadera cubría las piezas capturadas. Otros, mostraban es poal con agua de mar donde estaban sumergidas las capturas. Otros los escondían en la cesta de "llatra", destapando lo justo para observar los últimos suspiros del pobre animal, que lentamente se iba asfixiando. Preferible mantenerlo en remull.
Me gustaba meter la mano y rebañarla entre la masa de queso, haciendo bolitas, al rato mis manos apestaban, pero daba igual dándome la sensación que gracias a mi labor, era parte de la beneficiosa pesca de "l'avi" de una de mis amiguitas, Inés hija de guardia civil, aquel verano se encontraba entre sus familiares, al haber quedado viudo.
El abuelo Manuel, que era como se llamaba, desde la primera vez que bajo al puerto siempre ocupó el mismo lugar. Bajaba la cuesta de la Abundancia, las escaleras y casi enfrente del bar de Ca'n Revetlo y el amarre de las motoras de la Mola, en las escalinatas, justo antes de llegar "as llenegall" de Juanito y Mevis Taltvull, pasaba las horas.
Lo recordé largo tiempo, cuando se embarcó finalizadas las fiestas de la Virgen de Gracia, no podíamos imaginar que el abuelo Manuel no iba a regresar.
Actualmente, al bajar al puerto, no puedo menos que recordar a tantísima gente que allí he conocido. Debe ser por esto que tanto escribí del mismo y que no me canso jamás de hacerlo. Lamento que los actuales mahoneses no hayan podido observar la habilidad de los mariscadores, observando el fondo anb sa ullera, otros usando un trozo de madera plana, que usaban a modo de abanico, logrando que la arena y fango se fueran moviendo, con sus escasas herramientas sacando del fondo del mar, de aquella tierra fangosa, "escopinyes" de todas clases. Los que usaban con gran maestría el tridente o "fitora" recorriendo de punta a punta el largo Baixamar, capturando sepias, pulpos... Al regresar a sus hogares, antes de partir hacia el trabajo ya se habían ganado un jornal.
No todos hacían el recorrido a pie, los que disponían de "tèquina" o una simple "lanxeta", remaban y paraban para ir pescando y, mariscando, lo importante era esto, llenar el cesto. Una de mis primeras veces que escribí sobre este mismo tema, el mecánico de la motora de la Mola, me hizo anotar, otra clase de pequeñas embarcaciones conocidas como "pasteres". El fondo muy plano, parecían bailarinas, no se podían descuidar ni fer es fal·larets porque ibas directo al agua. Había varias en la ladera norte, en la viñeta, donde se construyeron embarcaciones, los maestros de ribera las usaban para ejecutar trabajos desde el mar.
Hablando de los maestros de ribera, en un tiempo las barcas mariscadoras i "ses bolitxeres", iban de verde con una franja amarilla. Fue en una de éstas donde me escondí jugando al escondite, nada más que en es sano -los entendidos saben que me refiero a la popa-, donde metían las redes, cestos, etc. Recuerdo que al salir lo hice como una piltrafa, plegada. Infinidad de veces escuché lo criticados que fueron los propietarios de las mismas al pintarlas de blanco, color que tan solo se permitía "as bots" y falúas, ocupadas por los señores.
Los mecánicos de los talleres Manent, junto a los almacenes de carbón, punto de amarre de los barcos de la Trasmediterránea, intentaban llegar con suficiente tiempo para coger quatre corns, los picaban y los introducían en una nasa, los echaban al mar atándola a una de las muchas anillas que se encontraban una junto a la otra, como punto de amarre de embarcaciones, al terminar el trabajo, la recogían regresando a sus hogares con alguna captura . En otras ocasiones se depositaban desperdicios de otros peces, calamar, pulpo…
Debo añadir, que los otros talleres, los García, Ca'n Palaa, licoristas coloniales, hacían lo propio, preparándose su nasa particular. Había mucha afición y a la vez mucho respeto, nadie se atrevía a tocarla.
Así era mi Baixamar. Con infinidad de pescadores de todas las edades que a su vez enseñaban a sus hijos y a los chicos que deseaban aprender. De todos ellos mi recuerdo para Juan Ramón, casado con Catalina Sintes Villalonga, que vivían en la carretera de Ciutadella en una de las propiedades del señor Manolo Parpal, del Xuroy. Venían a ser los guardeses del aserradero y carpintería. Juan fue uno de estos pescadores con caña, su pesquera se encontraba en la bajada de la cuesta des Moret, cerca del matadero, punto molt bo. Su modalidad preferida, las peladuras de fruta y de entre ellas gajos de naranja o mandarina. En los años ochenta, todas las tardes bajaba con mi cuaderno donde escribí curiosidades que me iba contando, su servicio militar en Marruecos, sus dificultades en la guerra con los moros, y mientras me iba explicando, solía ir de norte a sur, mezclando que de joven fue embarcado en una barca de pesca, cobraba una miseria, la parte mayor se la llevaban el patrón y los marineros, s'al·lot de barca, media parte, entregando al propietario dos partes para compensar el desgaste "des bot" y de las redes.
En un tiempo Juan se dedicó a la captura de "llampugues" a la luz de la luna, ello le llevó a sufrir muchas peleas, cuando el era un hombre muy pacífico. Al preguntarle me comentó que los pescadores de Es Castell se hacían suyo el lugar de la captura de las mismas. Estas disputas venían de tiempo lejano, iniciándose una especie de rifa que todos los años se llevaba a cabo el día de San Bernardo. Esto me recordó que mi padre, al cel sia, en su tiempo de remero en una de las falúas del Hospital Militar de la Isla del Rey ya se celebraban estas rifas. Era tal el celo de ser el primero que se encontraban boteros y otros empleados que habían dejado de hablarse.
Poco a poco fuimos arrancando las hojas de los calendarios de nuestras vidas y con ellas los disgustos, las decepciones y los berrinches propios de los mahoneses, los que habíamos nacido mirando a nuestro puerto, los que en él aprendimos a nadar, a saber por dónde no podíamos pisar salvaguardando los pinchazos de los negros erizos, los momentos tan felices recogiendo de las rocas los caracoles de tap, capturando cangrejos al oscurecer con "es salabre", intentar llenar una cazuela de gambas diminutas y transparentes que al calor de la sartén se volvían rojas. Pitjallides, pulpos, sepias, almejas, las gravadas, etc. Llegó una orden y como tal se debía cumplir lo que siempre se había ejecutado como cosa nuestra, quedaba totalmente prohibida y siendo multados, los atrevidos que cayeran en tentación.
Y no acabo ahí la cosa, esta semana los amantes del mar, a Baixamar y a cuanto tiene que ver con él, nos enteramos que se ha prohibido pescar con caña, ni con licencia. Preguntándome, y con esta servidora cantidad de gente se hace la misma pregunta, ¿por qué? ¿Qué más van a prohibir?
La autoridad, no se cual, pero seguro se debe tratar de algún superior, es el responsable que muchos hayan tenido que vender su embarcación, no pudiendo sostener la exagerada cuota por un amarre, el precio del combustible, las exigencias de seguros, reaseguros, bengalas, luces, salvavidas, trastos y más trastos, muchos de ellos inservibles, pero que se exige ser embarcados a bordo. Hasta tal punto que nos hemos cargado algo nuestro, de nuestro entorno, con el que crecimos, el mismo que mostramos a nuestros hijos y nietos, el cual siempre nos vinculó con nuestros mayores, que ante todo nos enseñaron a respetar su entorno. No se hablaba de medio ambiente ni de leyes, pero sí de amor. Y repito respecto de algo tan hermoso como el puerto de Mahón, el mismo que poco a poco entre unos y otros nos van arrebatando.
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margarita.caules@gmail.com
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