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Una austeridad excesiva puede conducir a Europa al harakiri del euro.

Merkel, Rajoy y hasta hace cuatro días Sarkozy, han apostado por una austeridad compulsiva, y lo que esto ha ocasionado ha sido una fuerte recaída en la recesión que se ve en un alarmante aumento del paro, una precariedad dolorosa en la de por sí siempre frágil economía doméstica, que está haciendo aflorar la pobreza, cuando no la miseria, en un visible sector de una sociedad que jamás se le pasó por la cabeza que tendría que acudir a Caritas para poder comer.

El daño político no es por eso menor, aflorando los partidos anti europeístas y, hasta en algunos casos, con conatos xenófobos. Basta con mirar a Francia o a Grecia por ejemplo.

Por fin, los partidarios de la austeridad de los demás (ellos siguen con sus estupendos sueldos, sus coches oficiales y sus incontables privilegios) se van dando cuenta que su medicina puede acabar por matar al enfermo. Sólo después de ver que sus medidas, de dar resultado, lo harán a largo plazo, se les ha ido cayendo el cerumen de sus atascadas orejas y han empezado a oír el clamor de la calle, las advertencias de otros expertos, el "rum- rum" de las matemáticas del engranaje empresarial. Y ahora, por fin, ya tienen en su reiterativo discurso un nuevo elemento de advertencia cuantificadora, distinta y distante, con lo que hasta ahora ha sido una cacofonía repetida, un disco rayado. Ahora hablan de la necesidad de acompañar la austeridad con políticas de crecimiento. El espesor de sus dioptrías no les permitía ver que con sólo austeridad no es posible crear empleo. Se necesita ser muy torpe para no ser capaz de, con un simple análisis aplicando unos gramos de sentido común, no alcanzar a comprender lo erróneo de su política para crear empleo.

Algunos personajes del gobierno sostenían a raja tabla que lo primero, a fuerza de imponer recortes y crear fuertes penurias a la sociedad, era liquidar como fuera las deudas del estado. Luego, ya vendría lo de crear empleo. Como aquel político que llegose a un pueblo en campaña electoral a dar un mitin. Un pueblecito perdido en la paramera de los pueblos olvidados. Y metido ya en promesas para no cumplirlas dijo: os voy a hacer un puente para cruzar el río, y en seguida alguien del público le gritó ¡oiga!, ¡si en este pueblo no tenemos río! Y entonces el político contestó: no preocuparse, primero os pongo el puente y luego ya os haré el río.

No es una torpeza pequeña esperar que una errónea política acabe por llevarnos al abismo de la recesión, para darse luego cuenta que llevamos un camino equivocado. Como aquel otro experto de pacotilla en política medioambiental, que viendo cómo la vida desaparecía del río de su pueblo, donde él era el ordeno y mando, pasó de un río lleno de vida, de la noche a la mañana, a un río de aguas apestosas, sin peces, sin aves acuáticas, un agua que no servía ni para beber ni para regar por su contaminación. Y no fue capaz de atajar el mal de la empresa que ocasionaba aquellos vertidos que mataron al río, hasta que un buen día se le ocurrió gastar millones y millones de las arcas públicas hasta volver a tener el agua del río en condiciones y volver a tener en él algo de vida. Para eso lo primero que tuvo que hacer fue mandar cerrar la contaminación de aquella empresa. Le habría bastado con haberlo hecho cuando el río empezó a mostrar síntomas de su enfermedad y se habría ahorrado muchísimos millones.