Existen sobrados motivos para estar preocupados e indignados, por las consecuencias de la recesión y por algunas actitudes y decisiones que adoptan los responsables políticos. Es normal que se expresen los desacuerdos y que se organicen actos y manifestaciones de quienes exigen un cambio. Esa libertad de expresión es uno de los tesoros de la democracia. Pero no solo hay que preservarla sino que hay que cuidarla. Se están repitiendo manifestaciones de responsables políticos, sindicales o empresariales que incitan a la agresividad, cuando convierten la crítica en descalificación y cuando ejercen una agresividad contra quienes no comparten sus ideas. Cuando las opiniones se expresan con violencia dejan de tener valor, porque al final pretenden la imposición y no el diálogo. El presidente del Govern ha sufrido estas actitudes agresivas por el conflicto lingüístico, que han provocado sus decisiones, lo que no justifica los comportamientos violentos. Los tiempos de grandes dificultades son terreno abonado para los demagogos, para aquellos que aprovechan el enfado, la indignación y sobre todo la preocupación de los ciudadanos para incitarlos a una protesta que olvida el respeto a las personas. Es necesario moderación en las palabras y en los hechos.
Editorial
Excesos que van más allá de la indignación
26/05/12 0:00
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