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De los días que pasé a mediados de abril en Santa Pola, quiero decirles que no fue todo salir a navegar con mi amigo el pirata Barbacana en su velero "El vent de llevant". Aproveché también, para recorrer la ciudad y probar alguna de sus variadas salazones, que no en vano la zona tenía ya nombradía en esa industria en tiempo de los romanos, que de ello nos dejó memoria escrita Plinio y Marcial.

Tiene Santa Pola frente al Club Náutico, una cafetería con grandes letras azules anunciando su evocador nombre, Ciudadela, donde me sirvieron un café azucarado de nostalgias. También tiene una tienda de artículos náuticos y de pesca, con cañas de todas clases, incluso aquellas cañas valencianas de las que tan buenos recuerdos guardo, y en el mostrador un letrero, donde aseguran que dan diez euros y devuelven el pez entero, dorada o lubina, que se presente marcada con un distintivo amarillo sobre la aleta dorsal. Algo así como una tira plastificada.

Lo que no tiene Santa Pola es un alcantarillado con fundamento, y así de tanto en cuando, te asalta a la nariz unas tufaradas que ríase usted del más apestoso pozo séptico. En Santa Pola cuando las nubes vienen de color de panza burra y además con goteras, es caer cuatro gotas y las calles parecen ríos, llegando el agua incluso por encima de las aceras.
Muy bien los bares de esta localidad alicantina, algunos tiene las cañas de cerveza a 1 euro, otros a 1,25 o a 1,50, y no son cañas pequeñas, con un par de ellas, se harta uno de mear. Las cañas suelen ir acompañadas de dos o tres platitos: uno con una empanadilla como media mano de grande, en otro unos trozos de cebolla, pimiento rojo y verde fritos, un pisto más o menos grosero por el tamaño de las hortalizas, y aún un tercer platito con aceitunas. En otros bares te ponen un triángulo hermoso de pizza a los tres quesos o unos pescaditos fritos. Ya digo, muy bien. Debe de ser porque estamos fuera de temporada; para dentro de un par de meses, estas bonanzas seguramente habrán desaparecido, o no.
Una tarde noche, estuve en su imponente castillo a la hora más comprometida, en la que se inauguraba la exposición de pintura de Laura Guillén y Reiner Izquierdo. Me gusto… sí… bueno, pasable. El evento llevaba por título "Entre dos mares". La tentación me sobrevino en el picoteo, con un vino realmente agradable, unas navajas y unas almejas, que me abrieron de tal manera el apetito que no veía la hora de llegar a bordo de "El vent de llevant" para cenar, que por cierto, cenamos unas gambas rojas a la plancha hasta hartarse y cabracho al horno. Con todo, lo más sorpresivo, fue el postre: fresas en su punto exacto de maduración con una copa de champán. Nunca imaginé que la fresa y el champán maridasen como maridan. Luego vino una larga sobremesa, viendo a través de un ojo de buey las luces de la bahía de Santa Pola, que por cierto es preciosa. Menos mal que el barco ni se movía, porque el día anterior durante el almuerzo, se movía más que un garbanzo en la boca de un viejo.

El clima de Santa Pola es un clima agradecido, será por eso que no es raro ver en los patios de algunas casas la karica papaya, árbol que da grandes papayas arracimadas como si fueran cocos. Ya saben ustedes que esta fruta es originaria de los bosques de México y de algunos países del Caribe en la América del Sur.

Como quince días dan para mucho, no me quise ir de la zona sin ver El Palmeral y el Huerto del Cura en Elche, y como uno, además de haber nacido con culo de mal asiento, tiene una curiosidad atrevida, también pasé por el safari, una especie de zoo, donde me invitaron a subirme a los lomos de un elefante. No sé si fue porque me dio algo de canguelo, pero me dije a mí mismo, ¡Hay que fastidiarse! Que distintas se ven las cosas si uno las ve subido a la chepa de un paquidermo de más de cinco toneladas. Si me caigo de cabeza abajo, pensé, lo mío no va a ser solo la cadera lo que se me malbarate.