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Esta población situada en el extremo oriental de Siberia no es antigua. Todavía no ha alcanzado la categoría de centenaria. No tiene el prestigio de haber formado parte de la "Santa Rusia", la gran nación que profeso con gozo la fe cristiana hace ya más de un milenio. Magadán fue fundada hacia 1938 por el tristemente célebre dictador Stalin, genocida de muchos pueblos, hombre perverso y enemigo del cristianismo.

Esta ciudad, con su puerto a las orillas del mar de Ojotsk, fue establecida como centro administrativo de un inmenso complejo de campos de concentración del nordeste de la inmensa Siberia. Hacia allí fueron conducidas multitudes de prisioneros capturados únicamente por razones ideológicas o por motivo de su fe religiosa. En estos campos de exterminio murieron varios millones de estos presos trabajando en la minería, en medio de una gran minería y en condiciones espeluznantes, o construyendo la carretera que enlazaba esta solitaria urbe con el resto de la Unión Soviética. Se ha dicho que esta carretera está asentada sobre una cantidad inmensa de huesos humanos, porque bajo su asfalto eran depositados los innumerables condenados que fallecían durante el macabro desarrollo de tan forzados trabajos.

El clima de esta población es de una dureza proverbial. Durante más de medio año su temperatura está por debajo de los cero grados. En la citada carretera los medios de transporte con frecuencia se ven detenidos por copiosas nevadas que llegan a cubrir casi totalmente los camiones más voluminosos. Por otra parte, casi sólo es practicable en invierno cuando los ríos se hielan y así se los puede atravesar, porque al producirse el deshielo la vía queda en muchos puntos situada bajo las aguas. Sin embargo, la ciudad desde su fundación iba creciendo porque los pobladores no prisioneros percibían unos salarios tres veces más elevados que los del resto de la Unión Soviética. En 1989 contaba con 152.000 habitantes.

El Gobierno tenía interés en mostrar esta ciudad moderna a los visitantes internacionales, presentándola como modelo del progresismo soviético. En nada se parecía a las antiguas urbes de Rusia en las que permanecían aún los signos de una civilización marcada por el cristianismo, con sus típicas iglesias de cúpulas bulbosas que los gobernantes no se atrevían a eliminar, a fin de no ser tachados de destructores de tan prestigiosas obras de arte.

Actualmente esta ciudad tan aislada en la tundra y alejada de los centros vitales de Rusia ha disminuido de habitantes, contándose unos 95.000 en el año 2010. Pero lo verdaderamente impresionante es que, después de tantas décadas de propaganda atea y de persecución religiosa, el cristianismo ha revivido. Una hermosa catedral ortodoxa todavía no del todo terminada se levanta en el centro de la ciudad con las características propias de la tradición rusa, y está dedicada a La Santísima Trinidad. A la vez que fueron derribadas por el pueblo las estatuas del dictador Stalin, se ha levantado un grandioso monumento llamado de "la tristeza" en memoria del gran número de prisioneros que sucumbieron por los malos tratos y flagrantes injusticias del régimen soviético.

Hay también en la ciudad una iglesia católica dedicada al misterio de la Natividad. En ella se venera un icono de la Madre de Dios, de estilo ruso, que, al modo de las imágenes de la Virgen llamadas de la Piedad, presenta a la madre Dolorosa sosteniendo el cuerpo de Cristo bajado de la cruz. Se trata de una evocación del misterio de la redención obrada por Cristo y una memoria del cruel exterminio de tantas personas, como ha ocurrido en nuestro mundo convulso, que ha pretendido rechazar a Dios y eliminarlo de una pretendida civilización atea que en consecuencia ha venido a caer en la más inicua perversión, que se ha manifestado de un modo especial en crímenes tan inicuos como el del aborto.

El sacerdote católico Michael Shields, procedente de Alaska, que ejerce su ministerio en Magadán, da testimonio de que el aborto deja una profunda herida en las madres y que sólo en el arrepentimiento y en la confianza en Dios se puede hallar el perdón y la paz. En la era soviética se extendió ese crimen de forma implacable. "Aquí -nos dice este sacerdote- prácticamente todas las mujeres mayores de 30 años han abortado; algunas incluso más de diez veces... Hoy cada día más mujeres cuyas almas están heridas por esas experiencias, buscan ayuda. Algunas, tras el largo proceso curativo, se convierten en sostén para otras, y explican el dolor que conlleva abortar". Ellas quieren reconciliarse con sus hijos abortados; encienden velitas por cada uno de ellos, les dan un nombre.

Piden perdón a Dios y a los hijos que malograron. Esta actitud es fruto de la fe, pues, como escribía el P. Alejandro Men, sacerdote ortodoxo que fue quizá el último de los innumerables mártires de Rusia, "Jesús de Nazaret permanece en persona en medio de su Iglesia, como hermano e interlocutor, como amigo y salvador, como un rostro siempre visible y siempre vuelto hacia el mundo…". Se trata de una fe capaz de sanar los corazones destrozados y de sembrar en las almas el consuelo y la paz.