Durante los siglos XI y XII la Cristiandad europea asumió unas empresas de expansión y de defensa que se designan como las "Cruzadas". Obedecían a una visión del mundo marcada por unas concepciones idealistas y desarrolladas en unas circunstancias históricas heterogéneas, y aleatorias en cuanto a sus posibilidades de éxito. Se trataba, en efecto, de unas actuaciones que, bajo las perspectivas del humanismo cristiano y de la doctrina católica, hoy no podemos interpretar como justas y válidas, pero que tampoco podemos valorar debidamente si no tenemos en cuenta los ideales y las convicciones que estaban muy arraigados en personas muy dignas de respecto y consideración. Pensemos en hombres llenos de valores humanos y de ideales cristianos, como eran, por ejemplo, san Bernardo de Claraval, legislador de la orden militar de los templarios, o el intuitivo y generoso Ramón Llull, que pensaba que a través de una cruzada se podría llegar a una integración y comprensión mutua entre los pueblos y que unirían a los pensadores más inteligentes de diversas culturas.
La experiencia poco afortunada de las cruzadas daría lugar a una lenta y favorable evolución del pensamiento cristiano, que se iría acrisolando y que siglos después el beato Juan Pablo II lo concretaría diciendo que la adhesión al cristianismo "se propone, no se impone". Debemos tener en cuenta, en efecto, que siempre la Iglesia ha sostenido que la fe ha de nacer de una aceptación hecha en libertad. Pero además hemos de reconocer que la dignidad de la persona humana se apoya en unos principios marcados por una validez histórica y de ámbito mundial, que no dependen de una mayoría de votantes, sino que están arraigadas en el sentir y en los valores de un pensamiento racional e inconmovible en su propia esencia.
Estos principios están basados en una filosofía perenne y en las características del hombre que por naturaleza tiende a una visión trascendente que proviene de su innata tendencia a una búsqueda de signo religioso. Estas realidades siempre han estado presentes en la sociedad humana y de un modo especial en la civilización cristiana. En consecuencia, la experiencia en muchos aspectos fallida del movimiento de las Cruzadas llevó a ciertos grupos a ensayar otras diversas experiencias de integración entre los pueblos sin renunciar a los principios intocables y al convencimiento de que con un orden racional y estable y no con la violencia es cómo se pueden obtener valiosos resultados.
Ejemplos de ello los podemos hallar en la constante presencia de la Orden franciscana en Tierra Santa, a la pacífica convivencia histórica, que ha perdurado muchos siglos, entre cristianos y musulmanes en diversos países, como fue el caso de los coptos en Egipto y de los griegos ortodoxos en el imperio turco.
Diversas órdenes militares como la del Temple, la de San Juan de Jerusalén, después denominada de Malta, la de los caballeros teutónicos y otras, debido a sus características bélicas hubieron de abandonar su presencia en muchos países de oriente. Sin embargo, ha habido otra orden la del Santo Sepulcro de Jerusalén, la cual por el sentido pacífico que la caracterizaba ha podido mantenerse con una especial vinculación a la Ciudad Santa y las tierras de tradición religiosa más o menos vinculada con las fuentes bíblicas.
Esta Orden de los Caballeros del Santo Sepulcro surgió en el siglo XII en Palestina no principalmente como un cuerpo militar, sino más bien como defensora de los peregrinos y dedicada a mantener el orden y la paz en los santuarios cristianos de los Santos Lugares. A principios del siglo XV, cuando ya no existía vestigio alguno del Reino latino de Jerusalén, la Santa Sede confirió a esta orden el encargo de que velara por la permanencia pacífica de los cristianos en Palestina. Naturalmente que esta orden de caballeros cristianos, asistidos por capellanes que formaban parte de la misma institución tenía casas en toda Europa, desde donde podría proporcionar ayuda a las instituciones de Tierra Santa. Así se multiplicaron estos beneméritos caballeros entregados también en gran manera a la obras de caridad en numerosos hospitales que iban fundando.
En España la Orden ha tenido desde la Edad Media dos ramas, la de Castilla con su sede en la famosa iglesia de San Francisco el Grande en Madrid y la de la Corona de Aragón, cuyo centro es la Colegiata del Santo Sepulcro de Calatayud.
Los papas Pío IX y León XIII dieron a la orden una organización universal, de modo que su obra religiosa y hospitalaria se extendió por todo el mundo, incorporándose a ella una rama femenina llamada de Damas del Santo Sepulcro. Juan Pablo II en 1994 declaró como patrona de la orden a la Virgen María con el título de Nuestra Señora de Palestina. Actualmente forman parte de esta asociación extendida por muchos países de Europa y América unas veinticinco mil personas, entre damas y caballeros. En Roma su sede radica en la pequeña, pero artística iglesia de San Onofre en el Monte Gianicolo, en la cual se guarda el sepulcro del insigne poeta Torquato Tasso, el cual se retiró junto a esta iglesia de monjes jerónimos a fin de dedicarse a la oración y prepararse para su tránsito de este mundo a la vida eterna en la presencia de Dios. Este admirado autor de la famosa epopeya titulada La Jerusalén liberada, es ciertamente una figura emblemática para la Orden del santo Sepulcro de Jerusalén.
Actualmente hay también personas muy entregadas a la promoción y defensa de los valores cristianos en la sociedad, entre los cuales podemos destacar a Grégor Puppinck, prestigioso abogado, doctor en Derecho Internacional, que junto con otros realiza una gran labor en Estrasburgo en pro de la libertad religiosa y del mantenimiento de las raíces cristianas de Europa.
Acaba de publicar una extensa y muy documentada obra histórica sobre esta orden el doctor en derecho Damià Contestí (Llucmajor 1927), poniendo de relieve la vinculación con Malloraca de esta orden, que tuvo en Palma una iglesia muy antigua y destacada, desgraciadamente desaparecida y cuyo único vestigio es la Font del Sant Sepulcre, que aún puede verse en la calle de la Concepció de dicha ciudad.
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