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Hoy (por el viernes 9 de marzo) he tenido un acceso de esperanza, sin duda algo forzado por unas ganas tremendas de gozar de ese tranquilizador sentimiento. El caso es que he leído en este diario un artículo titulado "Fondeos y terrazas", firmado por varios y sensatos autores, que me confirma que cada vez más personas se suman a la denuncia que venimos repitiendo (tan correosa como inútilmente por ahora) algunos enamorados del puerto de Mahón, que constatamos con gran dolor e impotencia cómo nadie ha sabido, querido o siquiera intentado poner coto a los innumerables e incomprensibles errores de bulto que han acabado por destruir estúpidamente uno de los enclaves con más encanto del Mediterráneo. Con el ánimo de sumarme al impulso que este grupo de personas aporta a la empresa de intentar cambiar de dirección el curso de tan penoso sinsentido, y mostrando mi total acuerdo con las opiniones que vierten en dicho artículo, quisiera reproducir algunos extractos de una hermosa carta escrita por Luisa Pagnotta y publicada también en este diario el 15 de julio pasado. La idea es complementar la fundada reclamación que todos hacemos con otro punto de vista perfectamente compatible, incluso armónico , con la sugerencias de retomar el fondeo y de dejar de asfixiar con tasas exageradas a las terrazas y deprimir con tarifas extravagantes la por esa razón menguante demanda de amarres.
Luego de relatar las maravillosas sensaciones que le proporcionó la primera entrada a Mahón con la Trasmediterránea, escribe en dicha carta, titulada "Slow port," párrafos como estos: "Menorca me fascinó, me hechizó, diría yo, desde aquella primera llegada tan mágica, mil veces mejor que en avión"

Más adelante: "El puerto todavía era lo que imagino habrá sido durante muchos años: un lugar tranquilo, en el que pescar, bañarse, amarrar la barca, sacar las sillas de la cochera por la tarde y charlar con los amigos. Que yo recuerde, aparte del Marítimo, sólo estaba el Mario, todavía con su madre dando vueltas en el bar-colmado-caja de los tesoros con su bata azul." En otro punto señala: "Desde luego las cosas han cambiado mucho desde entonces: el puerto tenía antes una individualidad, un alma, que ahora ha perdido, era el puerto de Mahón y no se parecía a ningún otro. Creo que eso es lo que hay que recuperar y salvaguardar, sin querer por ello ir contra el tiempo que pasa. Los puertos deportivos son todos iguales, los bares y restaurantes para guiris también, las casas modernas, por no hablar de los bloques de pisos, sustituyen poco a poco la arquitectura popular, que es siempre la más bonita, la que hace inconfundible cada sitio. Es lo mismo que pasa en los centros de las ciudades occidentales: son todos iguales, las mismas tiendas, las mismas cadenas de fast food…" En otro punto añade: "¿Qué se puede hacer entonces para que el puerto, nuestro puerto, si me permiten la licencia no siendo yo menorquina más que de adopción, vuelva a ser un lugar en el que apetezca estar y no la pesadilla de tráfico y ruidos que es ahora? Yo creo que lo más importante sería recuperar los ritmos de antaño. De ahí el título. Slow Food es una organización creada en Italia y que está presente ya en 153 países en el mundo entero. Su filosofía de una eco-gastronomía a medida del hombre se ha extendido ya a muchos ámbitos de la vida. Así que ¿por qué no Slow Port para simbolizar la reapropiación por parte de la gente de lo que siempre ha sido suyo?

Y aporta algunas ideas que ayudarían a conseguirlo. "Lo primero: no más coches en el puerto, es lo que hace que ahora la situación sea insostenible. ¿Un parking? Perfecto. ¿Un ascensor? Mejor que mejor. Pero ¿cómo moverse entonces por el puerto? Andando, por supuesto, pero también en bici. ¿Por qué no instalar un sistema como el Velib de París, al que se están sumando muchas otras ciudades europeas? Es un sistema de libre disposición de bicicletas con estaciones cada 300 metros. Cualquiera puede coger una en cualquier estación, ya que hay siempre un terminal de información, reserva y pago, además de ofrecer la posibilidad de suscribir el servicio durante un año, una semana o un día. Más posibilidades de transporte: el taxi-bici, que ya existe en Nueva York y en Ginebra, por ejemplo: el esforzado conductor te lleva del Fonduco al port de invernada en 10 minutos de paseo agradable sin mover un dedo (muy útil para vagos o parejas…)". Y ya casi al final del escrito apunta: "Pues bien, una vez recuperado el puerto ¿qué se puede hacer, además de pasear, mirar a los barcos, disfrutar de la tranquilidad y volver a hacer tertulias en las terrazas? Manifestaciones culturales, desde luego, como "Los sábados del puerto" en Niza, conciertos de música itinerantes, actuaciones de teatro al aire libre, proyecciones de cine a cielo abierto y, como se dice en Italia, chi piú ne ha piú ne metta, es decir que queda espacio para la iniciativa de cada cual. Volviendo al tema de Slow Food, sería también interesante un mercado semanal con productos de Menorca: fruta, verdura, quesos, sobrasada, pescado…, mucho más agradable para todos: residentes, paseantes y barcos". Y remata con un nostálgico: "Ay, si tuviera una varita mágica…"

Pues eso. Hasta ahora la varita ha estado en poder de manos incapaces, y su magia ha consistido en hacer desaparecer. Pero no hacer desaparecer a los incompetentes, sino en hacer desaparecer el encanto.